Friday, September 25, 2009

PAISAJE DESPUÉS DEL CONCIERTO


Me ha sido imposible sustraerme del tema de Juanes y su concierto en la Habana. Si no fuera por las mujeres de mi casa, no sabría quién es este cantante colombiano cuya música de caballitos y voz nasal he tenido que sobrellevar filosóficamente durante años. El trabajo, un par de buenos audífonos y la preferencia posterior de mis hijas por el reggaeton (peor opción, por cierto) me habían alejado del quehacer de este señor hasta que se le ocurrió la dichosa idea de trasladar su proyecto de Paz sin Fronteras a la Habana. Entonces, ante la controversia en torno al mismo, mi adorado tormento se erigió en una de sus defensoras a ultranza, teniendo que escucharle durante semanas todos los detalles de dicha polémica. En realidad, desde el principio, el asunto ni me iba ni me venía y me detenía a escuchar sobre el asunto más por consideración a mi media naranja que por otra cosa. No le veía el punto de estar a favor o en contra de un recital de un artista de moda cuando tantas cosas estaban ocurriendo tras bambalinas. Para mí, el concierto era la punta del iceberg de todo un movimiento político internacional en torno al gobierno cubano. Más parecía una variante caribeña de aquella política del Ping-Pong de Estados Unidos hacia China en los setenta. No en balde, cosa insólita para estos casos, Juanes corrió a los pies de la mismísima secretaria de Estado norteamericano, la Hillary, pretendidamente para “suplicarle” su permiso para su viaje. Sin embargo, después supe que el colombianito pertenece a la Fundación Clinton y nadie realmente sabe de qué hablaron. Es que, en los últimos tres años, tras el “traspaso” de poderes de Castro a Castro, el régimen cubano se iba hundiendo en su más profunda crisis económica y social, en el peor deterioro ideológico y político, y en la completa decadencia de su influencia internacional. No obstante, en vez de ponerle el pie en el cuello de la bestia para acabar con las miserias de los cubanos, los medios y los políticos, sobre todo en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica, desarrollaron una criminal campaña de levantar expectativas más que infundadas en torno a la posibilidad de que Raúl Castro pudiera traer un cambio en Cuba. Acto seguido, injustificadamente, dado que Cuba es el país con menos influencia económica y política de la región, casi todos los presidentes latinoamericanos, así como muchos políticos latinoamericanos, europeos y norteamericanos corrieron a besarle el borde del capote al “nuevo” patriarca de Cuba, recibiendo algunos de ellos hasta desaires e insultos por parte del enfermo y aún soberbio comandante. Por su parte, el nuevo gobierno norteamericano, en vez de concentrarse en la crisis económica en la que está empantanado el país, priorizó el “alivio” de las medidas contra el gobierno de Fidel Castro y se dedicó a hacer toda una serie de concesiones sin retribución alguna, más bien reproches, por parte de su beneficiario, el convaleciente Fidel Castro. Es en medio de todo ello que a Juanes se le “ocurre” la idea de trasladar su proyecto de “Paz sin Fronteras” a la Habana. No sé cómo le vino semejante inspiración. Lo que puede ser muy cierto es que sus amigos Víctor Manuel, el representante de Miguel Bosé, Olga Tañón, Dani Rivera y algunos otros que siempre tuvieron tiernos sentimientos hacia la tiranía castrista, jugaron su papel de celestinas en este matrimonio. Es muy seguro que, entre las muchas “buenas intenciones” del equipo del “apolítico” proyecto de “Paz Sin Fronteras” encabezado por Juanes, no estaba inicialmente la crítica ni acusación alguna contra el gobierno que funciona frente a la hiperpolitizada “Plaza de la Revolución” donde se realizaría su concierto. Esto era a pesar de ser uno de los principales enemigos de la paz en la región al promover la violencia, el terrorismo, la guerra, el narcotráfico y la desestabilización en América Latina, sobre todo en Colombia. Es precisamente en la patria de Juanes donde Fidel Castro se estrenó como agente provocador internacional en 1949, al encontrarse sospechosamente cerca del asesinato de Eliécer Gaitán, detonante del “bogotazo” que inauguró la terrible etapa de la historia colombiana denominada como “la violencia”. Si esta ha persistido por 60 años es que Fidel Castro ha sido uno de sus principales atizadores al apoyar no sólo grupos terroristas como las FARC, el M-19 y otras sino también el narcotráfico entre de Colombia y la Florida. Por otra parte, algunos españoles participantes del proyecto como Víctor Manuel y aspirantes como Ana Belén, muestran gran entusiasmo por acompañar a Juanes y volver a sus antiguas andanzas a favor de la tiranía castrista aún cuando esta ha sido uno de los más consecuentes colaboradores de la ETA, cuyas acciones terroristas han causado tantas muertes y pérdidas en la península Ibérica y son el principal desestabilizador de su escabroso proceso democrático.

Ahora bien, ni la ingenuidad ni las buenas intenciones son susceptibles de comprobación alguna, sólo sus consecuencias a posteriori. Por ello, no puedo afirmar que Juanes padezca de ninguna de ellas. Lo que es más seguro es que el cantante colombiano estaba igualmente imbuido el mito que los medios internacionales, el nacionalismo latinoamericano y el izquierdismo europeo han tejido en torno a Fidel Castro y su régimen, es decir, la leyenda del paradigma del enfrentamiento al “imperialismo” norteamericano y de la quijotesca voluntad de construir una sociedad “más justa” a 90 millas de este con el “apoyo” y la “lealtad” de “su” pueblo. Es por ello que, a pesar de los reiterados consejos y opiniones de sus conocidos cubanos del exilio, Juanes se llenara la boca durante semanas para afirmar que su concierto iba a ser absolutamente “apolítico” y que esta condición “sine qua non” estaba garantizada nada menos que por las autoridades cubanas y sus “distinguidos” representantes, Amauri Pérez y Silvio Rodríguez.


Desde el primer momento, los medios, sobre todo en la Florida, pusieron la noticia del proyectado concierto de Juanes en La Habana en los principales titulares de primera plana, sobredimensionándolo. Como era lógico, el exilio cubano, en especial el histórico, respondió airadamente. No voy a opinar de la actitud de algunos grupos del exilio, una escasa minoría que ha ido perdiendo terreno ante el sentir de las nuevas generaciones y las últimas oleadas de exiliados cubanos. Sin embargo, a pesar de lo minúsculo hasta lo ridículo de las protestas, estas fueron igualmente magnificadas con bastante mala intención por parte de los medios, sobre todo los Latinoamericanos de Miami. Históricamente, estos han mantenido un mutismo total con respecto a todo lo relacionado con Cuba, incluso sus artistas. Ahora, aprovecharon el acontecimiento para cerrar filas en torno a Juanes y arremeter con saña contra todo el exilio, a pesar de que un por ciento elevado del mismo apoyaba el concierto. Dada su actitud más que “neutral”, muchos de estos medios latinoamericanos de Miami fueron autorizados por el gobierno cubano para cubrir todo lo relacionado con el mismo, no así los de los representantes de los medios cubanoamericanos. Parecía que, nuevamente, los cubanos iban a perder otra batalla política contra el régimen de Fidel Castro, esta vez a manos de artistas y medios de sus “hermanos” hispanoamericanos.



Y llegó el día del concierto.



Desde una perspectiva cronológica, a todos nos sorprendió que Juanes y sus camaradas, tan afectos al régimen cubano, ahora se desgañitaran gritando “libertad” y referencias veladas a los prisioneros políticos y al miedo al régimen en una Plaza de la Revolución habanera, llena de agentes de la seguridad y rodeada por todos los principales órganos del régimen como el Comité Central del Partido Comunista, El Consejo de Estado, el Consejo de Ministros, el Ministerio de las Fuerzas Armadas y el truculento Ministerio del Interior, presidido este último con la imagen del Che en su fachada. ¿Cómo fue que, de pronto, Juanes traicionara el tan cacareado “apolitismo” de su proyecto? El regreso de artistas y periodistas a Miami al día siguiente aclarará este enigma. Poco a poco, saldrán los videos y entrevistas del enfrentamiento de todas estas “buenas intenciones” con el régimen cubano. Este sólo les había mostrado el colmillo de su profundo carácter represivo y tiránico, y ni los más adictos a la tiranía pudieron resistirlo. Fue como darle un vistazo al mismísimo foso infernal. Todo explotó en el lobby del Hotel Nacional de la Habana, donde Juanes, Olga Tañón y Miguel Bosé se enfrentaron a los funcionarios cubanos. No pude menos que reírme al ver una grabación del altercado, en la cual se escuchaba la dolida e indignada voz de Olga Tañón que decía, sollozando “¿Pero qué pasa? Es muy fuerte para nosotros, defendiendo el país de ustedes (léase la revolución de Fidel Castro).” Así fue como la brutal realidad cubana cayó con todo su peso sobre los corazoncitos de los “ingenuos” y “bien intencionados” artistas. (Una interesantísima óptica de este altercado la dio mi amiga Midiala en su blog http://www.midiala-rosales.blogspot.com/)Algo por el estilo ocurrió con la mayoría de los otros periodistas latinoamericanos de Miami que cubrieron el evento, quienes se sintieron acosados por los sicarios de la tiranía y se pudieron asomar brevemente al terrible espectáculo de la vida cotidiana del cubano, algo que borra cualquier ensueño nacionalista y “antimperialista” latinoamericano.


Antes de su concierto, Juanes, mientras sostenía que este iba a ser completamente apolítico, aseguró igualmente que el mismo iba a cambiar la conciencia de Miami (léase del exilio cubano). Sin embargo, fue él quien experimentó un vuelco total de mentalidad. Y, en cuanto a sus camaradas que eran tan aficionados a Fidel Castro y su revolución como Víctor Manuel, Olga Tañón y Dani Rivera, si no cambiaron su conciencia, al menos, tendrán que esconder sus ligeras lenguas en el lugar menos digno de su cuerpo. Por otra parte, muchos medios latinoamericanos de Miami, antes tan “ignorantes” de la realidad cubana, ahora han ido tomando posiciones con respecto a la misma, divulgando la desagradable experiencia de sus enviados, e, incluso, dándole tímidamente lugar a los artistas cubanos. La experiencia, al no haber sida relatado por los tan vilipendiados exiliados cubanos sino por fuentes latinoamericanas, ha tenido una repercusión inusitada.


En cuanto al exilio, la minoría de frustrados y violentos no dejó de añadir su acostumbrada nota de desprestigio a la causa de la lucha contra la tiranía y a favor de la democracia y el Estado de derecho. Sin embargo, a diez años de aquel niño maravilla llamado Elián González, la mayoría de los emigrados cubanos demostraron que han ido cambiando su consciencia y sus expectativas sin necesidad de ningún cantante extranjero ni ningún concierto, por muchas “buenas intenciones” que tenga. En definitiva, se marcó el aislamiento del llamado “exilio histórico” y su defunción como fuerza política de importancia y el desarrollo de una nueva conciencia más acorde a los nuevos tiempos



Para los cubanos de a pie de la Isla, de los que menos se ocuparon los medios antes del concierto y que tuvo un papel protagónico en el mismo ante los ojos de los medios internacionales, la vida siguió igual. Ignorantes de cuanto sucedió en Miami antes y después del recital, con excepción de lo que les trasmitió a cuenta gotas la propaganda oficial, disfrutaron malamente su concierto dado que la calidad del audio fue pésima y las condiciones de la Plaza del lugar, más que incómodas, fueron insoportables, aún para un cubano de la Isla. En definitiva, para el cubano común de la Habana, fue una fiesta más que no cambiará nada de su situación inmediata (la única que cuenta, en definitiva) que sigue siendo cada vez más precaria, más aislada, más reprimida, y más desesperanzada. (A continuación, publico el correo de un amigo de la Habana en el que me daba su apreciación muy personal del concierto)



Finalmente, después de toda la información sobre el concierto dada a posteriori por los medios, también el amor de mi vida cambió su forma de pensar acerca del mismo, coincidió conmigo en muchas cosas y hasta llegó a perdonarme que Juanes ni me fuera ni me viniera.




NOTA: La caricatura que precede este comentario es del gran caricaturista venezolano Roberto Weil.



APÉNDICE



El lunes 21, al día siguiente del concierto de Juanes en la Habana, le escribí lo siguiente a un amigo que aún está varado en el medio de Centro Habana:




From: Octavio Guerra

To: Tomás Urquiza

Sent: Monday, September 21, 2009 9:23 PM

Subject: Re: qué pasa?

Sé que no estás en la onda pero ¿qué dice la gente del concierto? Aquí se transmitió en vivo y en directo y ha tenido un impacto tremendo.


Y, el amigo, cuyo nombre prefiero mantener bajo uno de los muchos pseudónimos que él utiliza al modo de Pesoa, me contestó con lo siguiente, que he respetado íntegramente:



From: Tomás Urquiza
Subject: Re: qué pasa?
To: "Octavio Guerra"
Date: Tuesday, September 22, 2009, 10:07 AM


Del concierto, que haya escuchado, la gente poco, o más bien nada ha dicho ni antes ni después del mismo. Fue un evento desorganizado (pésimo audio, fallas de imagen, entrada selectiva, cantantes disfónicos...), un show puntual más, bajo el control del poder mundial. Un extremo mediático más, un pico de audición presencial y virtual más, en el mundo mediático, calificado como histórico sólo por sus organizadores y participantes. Pues, Fidel, con un mensaje más audaz, durante décadas, él solo, sin la ayuda de nadie, reunió mucha más gente, durante al menos en los primeros 20 años, que Juanes y sus socios. Y no los reunía para darles música, el producto de más alto consumo mundial, más que el petróleo, los alimentos, el sexo, la pornografía, más que nada. Fidel reunía a la gente para darle esperanzas, aliento, conciencia de que las relaciones humanas cambiarían. Fidel daba utopías, como mismo Juanes, pero tenía más convocatoria aunque todas las promesas resultaron en el mayor fraude la de historia nacional. La Plaza sigue siendo el espacio, el escenario de Fidel. De nadie más.



Trascendente sólo para ellos, que jamás habían logrado reunir y actuar ante tantos cientos de miles de pasivos y pacientes espectadores, no los enardecidos seguidores de Fidel. Como la visita del Papa en enero de 1998, el evento "Paz sin Fronteras" se circunscribirá sólo al domingo 20 de septiembre del 2009 en la historia local y mundial, ni un día más o menos. En verdad, resultó un concierto contra el miedo. El miedo entre otros males. Pero para bien o para mal, por más que se empeñaron Juanes y sus compañeros de viaje en quitarnos el miedo, nada pudo. Ni podrá, porque ya hoy, a dos escasos días, nadie recuerda, nadie habla, se disolvió como aquella masa de miles de miles de mimos que se reunió en la Plaza de la Revolución de La Habana. La gente ha vuelto a su rutina, al invento, a la más elemental subsistencia. Porque, junto al miedo endémico, histórico la mala memoria es el más eficaz producto de la cultura ceferrista. La gente olvida, gracias a Dios o a Fidel o a Obama, que es lo mismo, para bien o para mal, tiene un miedo incurable y olvida, porque si en aquel momento en que Juanes gritó ante un millón y medio, dicen, de, en su enorme mayoría, joven auditorio "¡No tengan miedo, muchachos!" le hubieran hecho caso... ¿Qué habría sucedido en la Plaza de la Revolución? ¿Y si de pronto les da por recordar aquello y se toman el futuro por su cuenta? Mejor ni hablar de eso. La imagen que deriva es espantosa. No me conduce a una paz sin fronteras.

Monday, September 14, 2009

MARIELA CASTRO Y YO (SEGUNDA PARTE)


Siempre me sentí incómodo cerca de los altos personajes del gobierno de Fidel Castro. La leyenda propagandística cubana de que el principal objeto de la CIA y “la mafia terrorista de Miami” es la eliminación física de los dirigentes de la revolución, ha justificado la creación y sostenimiento de un costosísimo ejército de guardaespaldas. El mismo, más que la protección de la cúpula del gobierno cubano contra las “amenazas” externas, se ha erigido en una muralla impenetrable para acentuar la distancia entre la “dirigencia” y el resto de la población.
Cierto mediodía soleado y caluroso de finales de los 70, iba sudando la gota gorda en una guagua repleta, una ruta 174, por Vía Blanca destino a la Universidad. El ómnibus paró rutinariamente frente a la Ciudad Deportiva. Cuando intentó salir para continuar viaje de detrás de otra guagua detenida en la misma parada, coincidió con la caravana de Fidel Castro, que venía a toda velocidad por la senda más cercana. Los escoltas de la misma, al ver bloqueado el paso por el ómnibus, rastrillaron sus armas y metieron los cañones de sus ametralladoras por las ventanillas, gritando amenazas. Los pasajeros apiñados gritaron de terror y no faltaron protestas indignadas. El ómnibus frenó y la caravana, evadiéndolo, continuó su camino. Al llegar a mi destino, aún las piernas me temblaban. Las historias que, en Cuba, se transmitían de boca en boca sobre las reacciones de los guardaespaldas de Fidel Castro eran tremebundas. En aquella época, se contaba que un infortunado chofer se hallaba en una calle del Vedado, sacando un gato del maletero de su carro. En eso, pasó la caravana real y los guardias pensaron que el hombre estaba sacando un arma. Siete AK-47 lo convirtieron en un colador sangriento. En otra ocasión, al pasar la caravana, unos niños jugaban sobre un árbol. Los escoltas vieron el “amenazante” movimiento del follaje y los tumbaron a todos como a pajaritos. Nadie pudo ni se atrevió jamás a hacer reclamaciones, nadie fue castigado, nadie recibió compensación alguna. Por ello, cuando el destino me puso delante a Mariela Castro, mi paranoia devino en psicosis. Y es que los Castro no escatiman en seguridad personal. Si la educación de Mariela costó millones –que, como ya he contado, benefició a mi esposa y a unos cientos sus coetáneas-, su seguridad y su modo de vida en general debe haber costado al país muchísimo más. Por ejemplo, en Cuba era voz populis que Mariela acompañaba a su madre, Vilma Espín, a París cada vez que ambas deseaban renovar su ajuar. Unos diez años después de que Leo, mi esposa, se graduara de la Escuela Formadora de Educadoras de Cojímar, donde fuera condiscípula de Mariela Castro, el camino de esta volvió a cruzarse en nuestra vida. Mariela inició entonces una relación sentimental con el hijo de un gran amigo nuestro. Aquel era bailarín de un importante grupo danzario nacional y su aspecto apolíneo le había ganado gran demanda entre el ámbito femenino. Y, quién sino Mariela para conseguir lo mejor de lo mejor. Al parecer, esta lograba todo lo que se proponía pues, en contra, incluso, del imperio de su querida madre, lo llevó a vivir al famosísimo bunker de calle 26 en Nuevo Vedado, residencia de Raúl Castro, uno de los edificios mejor guardados del país. Para el hijo de nuestro amigo, fueron meses de una luna de miel digna de las mil y una noches. Bojeos a Cuba en el “Pájaro Azul”, el yate del mismísimo gran hermano, digo, tío de Mariela; vacaciones en la “humilde” casa del pintor Osvaldo Guayasamín en Quito, Ecuador, etcétera, etcétera. Cierto día, a Mariela se le antojó pasar unos días en casa de sus suegro, nuestro amigo, quien vivía a la sazón en la barriada habanera de Lawton, cuya población no era muy aristocrática, por cierto. Una vez más, los Castro accedieron al capricho de su princesa sin escatimar, claro, en medidas de seguridad. El día anterior a la visita, un operativo de la seguridad del Estado, “recogió” a todos los pobladores del barrio con antecedentes penales o políticos. En Lawton, con una población de unos 30,000 habitantes, ello representaba la detención de un 10-15% de esta, una bicoca de más de 3000 detenidos. Por su parte, la policía reforzó su patrullaje de la zona, varios carros con apariencia pavorosa circularon lentamente en torno a la cuadra donde vivían nuestros amigo y un helicóptero sobrevoló incansablemente la zona día y noche con su traqueteo de aspas hasta que la visita terminó. De más está decir que mi amigo llamó secretamente a los íntimos, todos desafectos declarados, para que ni nos asomáramos por su casa hasta que su distinguida huésped se marchara. A partir de entonces, preferí que mi amigo me visitara, alejándome de su casa mientras duró el romance en cuestión. Fue entonces que mi madre murió. El hijo de mi amigo tuvo la amabilidad de ir a darme el pésame a la funeraria donde estaban expuestos sus restos. Pero, tuvo la genial idea de llevar a su novia, la mismísima Mariela Castro, a quien por primera e involuntaria vez conocí en persona. No digo que no fuera afable y simpática. No obstante -quizá fuera paranoia o el agotamiento de todo lo sucedido-, entre el gentío de dolientes, no sólo del entierro de mi madre sino de todos los otros seres queridos tendidos en aquella funeraria de barrio, se veían rostros amenazantes que echaban miradas sobrecogedoras a todo el que se le acercara a la princesa, sobre todo a mí, a quien se habían acercado la pareja a darme su pésame. Al terminar la visita de cortesía, coincidentemente, varios autos de aspecto siniestro abandonaron la funeraria. Así, que quedé más agradecido de que se fueran que de que hubieran venido. De más está decir que nuestros amigos, los suegros de Mariela, fueron “amablemente” atendidos por la seguridad personal de los Castro hasta que su hijo decidió “desertar” durante una gira a Europa, cayendo entonces, en completa desgracia. Por suerte, para mi tranquilidad y seguridad personal, nunca más hube de encontrarme con tan encumbrada persona.

Monday, September 7, 2009

MARIELA CASTRO Y YO (PRIMERA PARTE)


Mis relaciones con la hija de Raúl Castro, Mariela, han sido indirectas pero muy ilustrativas.
Leo, mi esposa, fue una de las muchachas privilegiadas que ingresó en la flamante Escuela Formadora de Educadoras de Círculos Infantiles de Cojímar en 1976. En aquella época de la sovietización galopante del país, la inauguración de nuevas escuelas y hospitales era algo cotidiano. Era la fachada, el sistema Potemkin para halagar a una población ya mayormente decepcionada de las promesas revolucionarias de los sesenta y por la completa entrega del país al imperio ruso. Sin embargo, la escuela en cuestión era particularmente especial. Parecía una institución no ya propia de los países más avanzados, sino, literalmente, de ciencia ficción. Estaba diseñada como un adelanto de la futurísima utopía comunista. Contaba con un gran complejo de edificios e instalaciones deportivas construidos en la más bella zona costera del este de la Habana, con los mejores profesores del país en todas las ramas científicas, humanistas y pedagógicas; laboratorios de ensueño; con las mejores condiciones de vida y una magnífica alimentación servida con el más refinado protocolo para educar a las muchachas en los mejores maneras, etcétera, etcétera. A diferencia del resto de estas instituciones dedicadas a propagandizar las bondades del socialismo, cuyo funcionamiento óptimo, si es apropiado este adjetivo, era bien efímero, esta escuela funcionó impecablemente todo un curso, cuatro años completos. Ello nunca se debió a que el socialismo –sobre todo el cubano- fuera capaz de funcionar en algunas esferas, por muy reducidas que fueran, sino a que esta escuela era directa y diariamente supervisada por Vilma Espín, la ya difunta esposa de Raúl Castro, sí, el hermano menor de Fidel. Y esto no era un algún experimento social específico ni nada por el estilo. Ello se debía a que esta escuela fue diseñada y construida con el exclusivo propósito de educar a su hija, Mariela Castro. Esta, como era lógico, no era interna como el resto de sus compañeritas, sino que era traída y llevada de regreso a su casa en un vehículo oficial con guardaespaldas y todo. De más está decir que todos los trabajadores y alumnos eran periódicamente investigados por la seguridad del Estado y que, entre estos, había un buen número de agentes secretos que creaban varias barreras concéntricas en torno a la princesa de los Castro. Es cierto que, gracias al capricho del destino y de los Castro, mi esposa y sus compañeras fueron beneficiadas con la mejor educación media superior que se hubiera imaginado en Cuba y en muchos países. Sin embargo, a todas las muchachas que lograron ser aceptadas en esta escuela, les habían prometido que, una vez graduadas, podrían continuar sus estudios en la casi prohibitiva Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana, cuya matrícula era especialmente selectiva. No obstante, al graduarse, esta posibilidad les fue negada, excepto, claro, a la heredera dilecta de los Castro. Un cuarto de siglo más tarde, para darle colofón a su carrera de privilegios, en el 2005, la familia Castro fundó el Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (CENESEX), desde donde Mariela se construyó un prestigio políticamente correcto en defensa de los homosexuales, rodeándose de un halo de humanismo “aperturista” y democrático. Ahora bien, volviendo atrás y como era de esperar, una vez que Mariela se graduó, la Escuela Formadora de Educadoras de Círculos Infantiles perdió todos sus privilegios hasta que, en pocos años, la desahuciaron de su glamoroso complejo de Cojímar a una modesta ala de la Escuela Formadora de Maestros de la calle Vento, al sur de la Habana donde languideció hasta desaparecer durante los años del llamado “período especial”.

Wednesday, September 2, 2009

Un 1984 eterno sin año nuevo (Continuación II)


Ni las personas más tranquilas y decentes están a salvo en 1984. Recuerdo a Adrián en aquella escuela bilingüe de mi barrio que ostentaba el altisonante nombre de Cambridge School. Entonces, nadie se imaginaba lo que nos deparaba un futuro no tan lejano. Mientras que todos los muchachos empleábamos la menor oportunidad que nos daba la estricta disciplina escolar para el retozo y las maldades, Adrián Vilardebó se dedicaba a hacer las tareas en sus pulcras libretas forradas con papel color ladrillo. Era el paradigma de “abelardito”*. Cuando el resto de los muchachos terminábamos todas las tardes con el uniforme de la escuela hecho un desastre (o nos dejaban haciendo líneas de castigo), Adrián regresaba a su casa peinado y con el uniforme impoluto. Una década después, gracias y a pesar de la revolución, como estaba escrito para él, fue primer expediente de la escuela veterinaria. Automáticamente, aunque no era ni de la juventud ni el partido, por su aplicación, le fue asignada la más alta tarea de la época en su especialidad: ser el veterinario de Rosafé Signet****, aquel famoso toro semental comprado personalmente por el Comandante en Jefe en cientos de miles de dólares a Canadá para "mejorar” la raza del ganado cubano. Este ya había sido recontramejorado durante los cuatro siglos anteriores, desarrollando una resistencia y una adaptabilidad inigualable a las condiciones naturales de la Isla pero, no inmune a la ineficiencia de la agricultura comunista, había sido reducido ostensiblemente. Así que, Rosafé era la gran esperanza con tarros de la economía socialista. Pero este no tenía la resistencia ni la adaptación del ganado cubano. Debía estar en aire acondicionado, con una alimentación y un trato muy especial para extraerle su valiosísimo semen. Sin embargo, para los administradores de la granja, veteranos barbudos de la Sierra, un toro era un toro como otro cualquiera y no había que estar cuidándolo tanto. Así, desoyeron todos los consejos y las prescripciones que les daba Adrián y Rosafé, finalmente, se enfermó y murió. La administración de la granja -a la cual le pondrían el nombre del toro-mártir-, para escapar a la ira de Zeus, acusará a Adrián -cuyo padre acostumbraba a hablar mal del gobierno en la bodega de la esquina de su casa- de sabotaje contrarrevolucionario, planificado directamente por la CIA. Sin la menor prueba y más inocente que un recién nacido, Adrián cumplirá 5 años de prisión y pasará cierta temporada bajo tratamiento psiquiátrico. Al salir de prisión, despojado de su título de veterinario, Adrián cayó bajo la bota del jefe de sector de la policía quien lo amenazó con meterlo de nuevo preso si se atrevía a curar al más zarrapastroso de los gatos callejeros. Aún así, en el ministerio de salud pública, se consiguió un trabajito en la vacunación de los perros contra la rabia, en el cual vegetará el resto de su vida. Pero, aquí no termina el cuento. Parte de las desgracias de Adrián es su inteligencia y sus conocimientos enciclopédicos. Conoce la historia de Cuba y todos sus personajes vivos y muertos a niveles del detalle más minucioso. Así, dedicó sus largos años de ostracismo a escribir un enorme libro sobre el Cementerio de Colón, en el volcó sus aplastantes conocimientos en una historia minuciosa de los personajes, familias e instituciones con panteones en el mismo. Su otra desgracia es su ingenuidad que lo llevó, al terminar su obra maestra, con su enorme manuscrito, al Instituto del Libro. Allí, los censores detectaron datos y relatos que no se correspondían con la visión de la historia cubana propalada por la propaganda castrista. Le aconsejaron, entonces, muy amablemente, que eliminara ciertos pasajes y cambiara otros. Este no aceptó y, sin muchos miramientos, la seguridad del Estado le invadió la casa, le secuestró todos sus papeles y, tras enseñarle los instrumentos de tortura como a Galileo, le prohibió de por vida acercarse al Cementerio de Colón a menos de 500 metros. Aún así, incluso bajo amenaza, él y sus padres se negaron a irse por el Mariel en el 80. Hoy día, muertos sus padres y sin familia, Adrián anda por las calles de Santos Suárez, sucio como un vagabundo, vacunando sus perros y completamente psicótico, mirando hacia atrás, perseguido por todos los demonios del comunismo.
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*Abelardito: así llaman en Cuba a los estudiantes extremadamente aplicados.

Tuesday, September 1, 2009

Un 1984 eterno sin año nuevo


Una tarde veraniega a finales de los 70, andaba con el Chino, uno de mis ya difuntos colegas del inxilio*, por la Habana, la verdadera Habana, la calle Obispo, llena de gente en busca de todo lo que faltaba y que no se podía encontrar pero seguían buscando. No recuerdo tras qué andábamos, un libro o alguna película en un cine ruinoso, de pronto, el Chino se viró: “¡Profe!”. Entre la multitud de transeúntes, un hombre de casi cincuenta años se volvió. Parecía extraviado, como uno se esos "abducidos” por los alienígenas, acabado de soltar allí mismo por un platillo volador. El Chino se le acercó “¿Cómo está profe, dónde ha estado? Nunca supimos más de usted” El hombre respondió robóticamente. "Acabo de salir del Combinado**". El Chino quedó patitieso, yo, en suspenso. “Pero, ¿por qué?” El "profe" se encogió de hombros. “Había escrito algunas cosas para mi consumo, no sé cómo se enteraron. Entraron a mi casa, y me llevaron con todos mis papeles. Me condenaron a tres años por 'propaganda enemiga' sin haber publicado ni jamás enseñado nada a nadie…” Aún estaba perplejo. Para mí no era una novedad, sólo una corroboración. El régimen no permitía la más mínima disensión. Vivíamos la novela de Orwell, un eterno 1984 sin año nuevo. Conocí decenas de personas que corrieron la misma suerte y no eran de los que se consideraban "contrarrevolucionaros". Recuerdo a Orlando Sánchez Tajonera. Me ayudó cuando se me ocurrió la peregrina idea de ser filósofo extraoficial. Trabajaba como humilde profesor de ruso en el instituto de Filosofía allá en la calle Calzada. Hombre muy decente y hasta candoroso pero completamente traumatizado. En medio de cualquier conversación, caía de pronto en el abismo de la depresión y, sin más acá ni más allá, rompía a preguntarse, desesperado, "pero, ¿qué he hecho yo? ¿por qué me hicieron eso?" y volvía hacer la historia de cuando estaba en la U.R.S.S. haciendo su doctorado, a punto de casarse con la muchacha rusa más linda de la Universidad de Lomonosov. Entonces, sin mediar explicación, lo montaron en un avión de regreso a Cuba. Aquí, le confiscaron sus papeles y, todos los meses durante años, venía alguien de la seguridad del estado a su casa a intimidarlo. No tuve que indagar mucho para saber el misterio. Su tesis de doctorado consistía en un refrito de la ética de Hegel para adecuarla al marxismo: la oposición entre moral social y la moralidad individual. Y aquí viene lo mejor. Según Orlando, ciertos individuos desarrollaban una moralidad más progresiva que el resto de la moral social. Así, se convertían en la "vanguardia política". La moral social era, entonces, impulsada por semejante vanguardia hasta un punto en el cual superaba a esta, que se quedaba rezagada con respecto a la moral social y debía ser sustituida. Orlando nunca se percató de que algún sesudo de la “inteligencia” encontró en su tesis una remota crítica a Fidel Castro. Pasó así diez años pero tuvo suerte. El difunto Mario Rodríguez Alemán –más tarde, también, él mismo expulsado de su decanato y lanzado al ostracismo- lo rescató y se lo llevó de profesor de Filosofía al Instituto Superior de Arte. Otros no tuvieron semejante suerte. (Continuará)
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* Inxilio, lo parecido a un exilio pero sin salir del país. Es un gran grupo de personas que sufrir del ostracismo de un régimen que rechaza, margina y persigue a todo cuanto no se le adhiere irrestrictamente.

** Centro Penitenciario Combinado del Este, cerca de Ciudad de la Habana.