Fidelito siempre padeció de ser un diminutivo en todos los
aspectos y momentos de su vida bajo la aplastante sombra del ego gigantesco de
su padre, Fidel Castro Ruz.
La madre de Fidelito, Mirta Díaz Balart, hija del alcalde de
Banes, era de diferente ascendencia social que Castro, por lo que resultaba
altamente atractiva a este arribista empedernido.
Cuando Mirta era una estudiante de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de la Habana, Castro utilizó de celestina al
misterioso Alfredo Guevara, con el cual siempre tuvo dudosas relaciones y cuya “preferencias”
sexuales le daba acceso al coro de muchachitas de la facultad. Guevara le puso
la piedra, y Castro abrumó a la ingenua
Mirta con su palabrería incontenible. Sin perder tiempo, se casaron en 1948 en
contra de la voluntad de los Díaz Balart y su primogénito, el ahora finado
Fidelito, nació al año siguiente.
Castro se consagró, más bien se obstinó, por entero a su
carrera política, en la cual su familia contaba poco o nada, además de tener no
pocas aventuras extramaritales.
La más sonada de las infidelidades de Castro fue con Nati
Revuelta, una de las mujeres más hermosas de la alta sociedad habanera, esposa
de un destacado cirujano. Castro se aprovechó ampliamente de las relaciones y
de la fortuna de Nati, y ella hasta le aportó una hija bastarda, por demás.
Castro le enviaba cartas amorosas tanto a Mirta como a Nati
mientras pasaba su temporada casi turística en el Presidio Modelo de Isla de
Pinos tras el asalto al Cuartel Moncada. Cuentan que uno de sus custodios de la
prisión (se rumora que a instancia del hermano de Mirta, Rafaél, el padre de nuestros
Lincoln y Mario, a la sazón ministro del Interior del gobierno de Batista) cambió
de sobres las cartas y a Mirta le llegó la ardiente misiva escrita por su
esposo a su querida Nati. Ello le costó el divorcio a Castro quien, al triunfo
de su rebelión en 1959, dicen que saldó la
“afrenta” con un disparo a quemarropa contra el custodio, crimen que, como
era de esperar, quedó exhonerado y totalmente ignorado por sus secuaces del
nuevo régimen.
Mirta se divorció inmediatamente de Castro aún en prisión y
este no logró obtener la patria potestad de su hijo al salir de la cárcel. Poco
después, ella se casó con Emilio Núñez Portuondo, primer ministro y embajador
ante la ONU del gobierno de Fulgencio Batista.
Tras salir de prisión e iniciar los preparativos de su
expedición contra Batista en México, Castro le solicitó a Mirta que le
permitiera estar con su hijo de 7 años por última vez ante la posibilidad de
perecer en su incursión punitiva. Mirta accedió, pero Castro no le devolvió al
niño, por lo que la madre y su segundo marido debieron viajar a México y apelar
hasta el presidente mexicano para recuperarlo.
Tras la caída de Batista, Mirta y su esposo residían en
Estados Unidos con Fidelito a buen resguardo de las medidas contra los
funcionarios del batistato. Sin embargo, la larga mano de Castro simpre los
alcanzó.
En su visita a Estados Unidos en abril de 1959, Castro logró
secuestrar a su hijo por segunda vez y regresar a Cuba con él. Las repetidas
solicitudes de su madre para recuperar a Fidelito fueron totalmente ignoradas
por ambos gobiernos, todo o contrario a lo sucedido con el infame caso de Elián
González cuatro décadas después.
En realidad, en la preocupación de Castro por su hijo gravitaba
más la previsión de que lo utilizaran en su contra antes que su amor de padre, que
nunca demostró en lo absoluto.
Castro jamás se ocupó de Fidelito, quien creció en casa de
su tío Raúl, en el búnker de calle 26 y Zapata, en el Nuevo Vedado habanero,
junto a los hijos de este. Castro nunca
convivio on Fidelito ni permitió acercársele demasiado. Por su parte, Dalia, la
celosa concubina del tirano, siquiera consintió a sus hijos relacionarse con
los de Raúl, sus primos, y mucho menos con su medio hermano, Fidelito.
Ya en los 60, los rusos sentían el oneroso peso del
suminsitro de petróleo a su satélite del Caribe, por lo que ya pensaron en
construir una central nuclear en Cuba para aliviar su carga sobre sus reservas petrolíferas. En tal sentido, la Universidad de Lomonosov de Moscú
abrió una plaza para los cubanos en su especialidad de Física Nuclear. Conocí a muchos talentosos muchachos que
aspiraron a la misma, pero, como era de esperar, el único que la recibió fue
precisamente Fidelito, a quien Castro ya le tenía asignado un destino prefabricado.
En Moscú, los ocupantes del Kremlin era particularmente
dadivosos con los hijos de gobernantes y líderes de sus países y movimientos
políticos satélites. Los hijos de papá tricontinentales se daban una vida
principesca, con escoltas, acceso a los centros de recreación reservadas a las
altas esferas de la casta burocrático militar soviética y otras linduras, sin
descontar aparatosas orgías con las rubias más rutilantes del mundo eslavo.
Fidelito se aprovechó de su condición de delfín castrista y se lanzó a la vida
disipada de los de su casta. Por su parte, nada en el mundo era más importante para
Castro que la imagen de Robin Hood que le habían creado los americanos tan
pronto puso un pie en la Sierra Maestra, pretendiendo falsamente llevar una
vida corte espartano. Por ello, entró en cólera en una de sus visitas a Moscú al encontrar a su primogénito en caravanas automovilísticas con guardaespaldas y
todo tipo de lujos, por lo que lo castigó a regresar a Cuba y sólo volvió a sus
estudios como incógnito y estrechamente vigilado.
Como hemos dicho, las relaciones entre el tirano y su hijo
nunca fueron estrechas, ni siquiera cercanas. Conocidos eran los altercados
entre Castro y Fidelito cuando se encontraban. La gente de mi generacion
recuerda una historia de aquella época. En los sesenta, Castro tenia una sala
de proyecciones personal en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica en 23 y 12 en el Vedado. Allí,
iba a disfrutar de los últimos estrenos mundiales junto a su queridísimo
Alfredo Guevara mientras que el resto del pueblo padecía la hambruna de los
años del Esfuerzo Decisivo y los Diez Millones. Gran pecado resultaba molestar
a Castro mientras veía sus películas y Fidelito, en cierta ocasión, logró pasar
las líneas de los guardaespaldas e irrumpir intespestivamente en la sala.
Castro, iracundo, arrastró sin miramientos a su hijo hasta a calle y frente a
los transeúntes, trabajadores del Instituto y asistentes a la cercana
Cinemateca, le propinó una brutal golpiza.
Finalmente, Fidelito se graduó a trompicones de físico nuclear,
no sin utilizar a varios mentores y asesores soviéticos, siempre dispuestos a servir
al comandante de su portaviones caribeño. Como era sabido, ya tenía su futuro
diseñado junto con el proyecto de la Centra Nuclear de Juraguá en las afueras
de la ciudad de Cienfuegos, al sur de la Isla. Particularmente, nunca fue un
estudiante ni un científico destacado, y su labor iba a ser compleamente
burocrática como secretario ejecutivo de la Comisión de Energía Atómica de Cuba.
Dicen que escribió varios libros “científicos”, pero estoy seguro que hizo como
muchos de sus compañeros de las altas esferas, quienes tenían sus propios
escritores fantasmas.
De la noche a la mañana, Fidelito se halló en una posición
de poder con todos los recursos en sus manos y trató de imitar a su padre
dejándose incluso la barba, cosa que muy pocos en la nomenclatura se atrevían a
hacer. No tardó en caer en el mayor derroche, viajes, francachelas y prebendas
a sus íntimos, desatendiendo por completo sus responsabilidades como técnico y
funcionario.
Quienes conocieron al primogénito de Castro aseguran que
era soberbio en extremo, todo un sociópata. Recuerdo la historia que me hizo
una conocida cubana de lo que le sucedió en 1983 en Francia. Ella, junto con
decenas de pasajeros nacionales, llenaron en Paris un avión de Cubana de
Aviación para regresar a la Isla. A punto de despegar, detuvieron el aparato e
hicieron descender a todos los pasajeros para que Fidelito solo con sus guardaespaldas
partieran con el avión vacío, dejando a sus “compañeros” varados en el
aeropuerto parisino.
La construcción de la central nuclear de Juraguá comenzó en
1976, esperando entrar en operación en 1985. Sin embargo, las
dificultades técnicas en conjunción con la absoluta incompetencia de su
dirección, a cuya cabeza se encontraba Fidelito, dilató sus trabajos hasta
1993, cuando el proyecto colapsó por completo tras la desintegración de la URSS.
En ese año, Castro en persona destituyó a su hijo, acusándolo públicamente de
"ineficiencia en el desempeño de sus funciones". El desmadre debió haber trascendido los
límites de la corrupción desmedida de los sicarios del régimen cuando el tirano
en persona sacara semejantes trapos sucios a la luz. Claro, también fue una de
esos exabruptos de un padre ante los desmanes de su hijo, además de una forma
de “limpiar” su imagen ante sus subalternos.
Fidelito, entonces, cayó en desgracia…. relativamente, y no
regresó a la vida pública hasta 1999, como simple asesor del Ministerio de la
Industria Básica. Desde entonces, siguió viajando a conferencias sobre temas
científicos para que el gobierno castrista tuviera una presencia en ellos
aunque sin aportar absolutamente nada y, sobre todo, en busca de inversiones para
seguir robándole el dinero a los “ingénuos” poderosos de izquierda en el mundo.
También, hizo apariciones en fiestas con ricos y famosos que visitan a la Isla
en
eventos como el Festival del Tabaco y cosas por el estilo. En defintiva,
siguió la vida de privilegios de la ya no tan “nueva clase” mentras el país se
hundía más y más en una crisis sin fondo.
En su obituario, la prensa oficial asegura que, al término
de su vida, padeció de una profunda depresión que lo llevó a lanzarse desde lo
alto del hospital rerservado para las altas esferas en el exclusivo reparto
Kholy de la capital cubana. Otras informaciones no oficiales aseguran que ya
había intentado pegarse un tiro meses antes.
Por mi parte, no conozco a ningún sociópata ni pancista que
se suicidara y me permito especular que el deceso de Fidelito pudiera ser parte
de la lucha por el poder en Cuba en las postrimerías del gobierno del ya senil
Raúl Castro. No es de extrañar que occiso llegara a pensar que a él le
correspondía la sucesión del castrato dada su condición de primogénito y no a ninguno
de sus primos hermanos como Mariela y compañía. Sin embargo, quizá, detrás de
esa imagen soberbia y vanidosa de Fidel Castro Díaz-Balart, había un hombre
marcado por una existencia aplastada por el poder mastodóntico de su padre y
que, a pesar de tener todo lo material que pudiera disfrutar una persona, jamás
tuvo el afecto paterno y materno que tanto necesita un ser humano. Descanse en
paz, entonces, el pequeño Castro.