El embargo
norteamericano no fue una “acción” de la estrategia política de Washington.
Todo lo contrario, fue el resultado de una cadena de acciones muy bien planeadas
por el régimen castrista para provocar la reacción norteamericana.
Todo estaba
planificado desde mediados de 1958. En abril de 1958, los fracasos consuetudinarios de los competidores de Castro en el liderazgo de la lucha contra el gobierno de facto de Fulgencio Batista dejaron a Fidel Castro como líder “indiscutible” de la insurrección contra el régimen de Batista. El asalto al Palacio Presidencial en marzo de 1957 –con el consiguiente asesinato de Humboldt 7- del Directorio Estudiantil Revolucionario, el trágico final de la expedición del yate Corinthia del partido Auténtico en mayo de ese año, y la fallida huelga de abril de 1958 dirigida por el movimiento 26 de julio –con el subsiguiente descabezamiento de este movimiento con las oscuras muertes de los hermanos País y de René Ramos Latour- dejaron a Castro como único caudillo antibatistiano.
Con
antelación, a pocos meses de su arribo a la Sierra Maestra en diciembre de
1956, ya la prensa americana (sobre todo el New York Times y la cadena televisiva
CBS) se habían empeñado en crearle a Castro una imagen de Robin Hood caribeño,
lo que apuntaló su posición mediática internacional.
Tan pronto
como Castro accedió al liderazgo supremo de la insurrección antibatistiana, los
comunistas se acercaron a él.
Hasta
ahora, el Partido Socialista Popular (miembro del COMINTERN soviético) se había
declarado como “enemigos” de Castro, sobre todo porque los comunistas habían
apoyado a Batista desde 1933. Y lo siguieron apoyando secretamente a pesar de
que el “General” había fundado el Buró de Represión de Actividades Comunistas
(BRAC) al dar el golpe de estado de 1952 para congraciarse con los americanos
tras haber desmantelado el proceso y las instituciones democráticas en Cuba.
Con
antelación, Fidel Castro se había mostrado siempre muy cauteloso en sus
relaciones con los comunistas. Quizá, sospechosamente demasiado cauteloso. En
general, una buena parte del establishment político cubano a partir de la
llamada revolución del 33 era o había sido comunista, a saber, Masferrer,
Mujal, Grau, Batista y muchos otros.
Castro,
desde que era estudiante en la década de los 40, coqueteó con los partidos gansteriles
surgidos en épocas de Grau, todos de tendencia izquierdista. Sin embargo, jamás
se declaró como comunista, a pesar de que uno de sus más íntimos colaboradores –demasiado
íntimo- y quien le ayudó en todo el camino de su ascenso, era un connotado
comunista. Me refiero al misterioso Alfredo Guevara. Por otra parte, es
evidente que, desde el principio, Fidel animó a su hermanito menor, Raúl, –a quien siempre prohijó quizá por el rechazo
que sufrió este de su padre, Ángel, debido su dudosa paternidad sobre el mismo-
a afiliarse a la juventud comunista para dejar una puerta trasera abierta a
Moscú. De hecho, el llamado Segundo Frente Oriental, comandado por Raúl en el traspatio
de la finca paterna, bien lejos de los tiros durante la guerra insurreccional,
se convirtió en el vertedero de los comunistas, rechazados por los combatientes
del Ejército Rebelde y el movimiento del 26 de Julio. A través de esta “puerta
trasera” de la que servía de portero Raúl Castro, fue que llegó el embajador
del Partido Socialista Popular, Carlos Rafael Rodríguez, para entrevistarse con
Fidel Castro en julio de 1958, cuando ya este quedó como líder supremo de la
lucha contra Batista.
Carlos Rafael
Rodríguez estuvo varios días en la comandancia de La Plata, tras los cuales,
regresó a La Habana. Apresuradamente, los máximos dirigentes del PSP, Juan
Marinello y Blas Roca, volaron a Moscú. A su regreso, Carlos Rafael Rodríguez
desanduvo todo el camino a la Sierra Maestra para sentarse a la siniestra del
Comandante en Jefe el resto de la lucha insurreccional y permanecer ahí hasta
su muerte en la década de los 90, poco después de la desintegración de la URSS.
Pocos meses
después del regreso de Blas Roca y Marinello de Moscú, en diciembre de 1958, otro
siniestro personaje llega a Ciudad de México para “observar de cerca” los
acontecimientos de Cuba. Su nombre era Alexei Alexeiev, connotado agente de la
KGB soviética. Tan pronto como Castro llegó triunfante a La Habana en enero de
1959, el agente moscovita comenzó a solicitar la visa para visitar la Habana,
pero esta le fue negada por el gobierno provisional de Miró Cardona y sólo pudo
obtenerlo en octubre de 1959. Precisamente, hasta ese momento, el entonces jefe
del Ejército Rebelde, Camilo Cienfuegos, se había negado a que los comunistas
ingresaran en sus filas. Pero, a partir del 20 de octubre de 1959 ocurre una
cadena de hechos que conducirán a la alianza abierta entre el Kremlin y la
pandilla castrista.
El 20 de
octubre de 1959, Alexei Alexeiev finalmente recibe la visa para viajar a Cuba,
a la cual viene bajo el disfraz de “reportero” de la agencia de noticias
moscovita TAS. Ese mismo día, Alexeiev se entrevistará en el entonces puesto de
mando del gobierno secreto de Fidel Castro en el hotel Havana Hilton.
Desde enero
de 1959, Castro había creado un gabinete secreto, independiente al de los gabinetes
de los presidentes Urrutia y Dorticós -sucesor de Urrutia tras el golpe de
estado también secreto de julio de 1959-, compuesto por una combinación de la
dirigencia del PSP y los íntimos de Fidel Castro, a saber, Alfredo Guevara, Ernesto
Guevara, Raúl Castro, Celia Sánchez y otros.
Ya desde
junio de 1959, las leyes de reforma agraria y urbana habían provocado un gran
cisma en la población de Cuba y cierta desazón en el gobierno de Eisenhower.
Estalla una guerra civil en la Isla, con conspiraciones y atentados en las
ciudades, alzados en las montañas y ataques aéreos y marítimos de exiliados
contra objetivos industriales y militares. El gobierno americano prohibirá toda
ayuda o ventas de equipo militar a Cuba para sofocar la insurrección interna.
Sin
embargo, ya Castro lo tenía todo asegurado.
Aquel 20 de
octubre de 1959, Alexeiev se reunió con los más altos representantes del gobierno
secreto de Fidel Castro. “Coincidentemente”, Anastas Mikoyán, Presidente del
Presidium del Soviet Supremo de la URSS, se hallaba en tránsito de New York a Ciudad
México para llevar la famosa exposición soviética para propagandizar los “avances”
de la política de modernización de Nikita Jruchov en la URSS.
En aquella
misteriosa reunión con Alexeiev, Castro le hace un pedido imposible: quiere una
reunión urgente y secreta con Mikoyán. Ello era totalmente impensable para
Alexeiev, un oficial de rango medio sin conexiones con el inaccesible Kremlin. Alexeiev
se lo explicó a Castro, aunque le prometió “informar a sus superiores”. Sin
embargo, ya había “algo” en esa agenda misteriosa de los grandes poderes y,
según la leyenda (no he podido confirmarlo) Castro se logró reunir con Mikoyán en medio del mar en el
yate de Ernst Hemingway. Acto seguido, Mikoyán desvió el rumbo de la exposición
hacia La Habana, a la cual llegó en febrero de 1960. Pero, antes, en octubre de
1959 ocurrieron otros hechos muy sugerentes.
Tras la
reunión con Alxeiev, Castro inmediatamente sustituyó el ministro de defensa
Augusto R. Martínez Sánchez, por su hermanito, Raúl Castro, dándole acceso a
los comunistas al Ejército Rebelde. Ello provocará la reacción de varios altos
mandos del Ejército como Huber Matos y otros quienes renunciarán en protesta.
El jefe del Ejército Rebelde, Camilo Cienfuegos, viajará a Camagüey y a
Santiago de Cuba para arrestar a los disidentes y poner orden. Pero, a su
regreso, “desaparece” misteriosamente, lo que le permite a Fidel Castro hacer
otra jugada sucia y sin precedentes. Pone a Raúl Castro simultáneamente como
ministros de defensa (un cargo del gobierno civil) y como jefe del ejército (el
más alto cargo militar, después del Comandante en Jefe), inundando este con
comunistas, muchos de los cuales se transformarán en “comisarios políticos” que
aseguren la lealtad ideológica de los militares al régimen, condición sine qua
non de los soviéticos para entregarle ayuda militar.
Asegurada
la retaguardia en medio de la guerra civil, Castro recibirá en febrero de 1960
la dichosa exposición comercial de la URSS, para encandilarles los ojos a los
cubanos sobre los “avances” del comunismo soviético. Al frente de la misma,
vendrá el mismo Anastas Mikoyán, a quien Castro le dará un recorrido por la
Isla y quien le asegurará a este la ayuda militar necesaria.
Pocos días
después de la visita de Mikoyán, explotó el vapor
belga La Coubre en los muelles habaneros con uno de los últimos cargamentos de armas que Batista había
comprado en Bélgica a raíz de la suspensión de la ayuda americana a finales de
1958. Hubo cientos de muertos y heridos, y millones en pérdidas. La explosión
estremeció toda la capital cubana y el hongo de humo se pudo ver en decenas de
millas a la redonda. Hasta hoy día se desconoce las causas de la explosión.
Castro aprovechará por primera vez el dramático sepelio masivo de las víctimas
(teatro al que recurrirá una y otra vez durante su longevo gobierno) para
acusar al gobierno americano y a la CIA. “Casualmente”, testigos del “atentado”
será Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, los más destacados intelectuales de
la época, quienes estaban de visita en Cuba para conocer de cerca el extraordinario
fenómeno de la revolución social de la cual habían especulado tanto en la
metatranca de sus desvelos.
El
escenario estaba montado. Castro acordó con Mikoyán intercambiar azúcar por
petróleo sin que mediara ninguna amenaza americana de recortar la cuota del
crudo. En pocos meses llegó el primer tanquero ruso con crudo soviético y las
refinerías de propiedad norteamericana e inglesas se negaron a refinarlo.
Castro, aprovecha la amenaza de crisis energética para confiscar, primero, las
refinerías de petróleo en junio de 1960, y el resto de las propiedades americanas
entre julio y septiembre de ese año.
En
septiembre de 1960, Castro emitirá la Primera Declaración de la Habana como
respuesta a las sanciones americanas, dándole un carácter ideológico al
diferendo con los americanos. Con esta excusa, volará a Asamblea General de la
ONU, en New York para exponer su “alegato” antiamericano con nada menos que el
mismísimo Nikita Jruchov en el auditorio, quien romperá todo protocolo, golpeando
con un zapato en la mesa para apoyar las palabras de Castro. El abrazo
histórico de Nikita y Fidel tras su discurso en la ONU selló el destino de la
Isla como portaviones soviético.
En pocas
semanas, el gobierno norteamericano irá recrudeciendo sus medidas económicas
contra el régimen de Castro hasta convertirlo en un embargo total de todas las
operaciones comerciales y financieras hasta el rompimiento de relaciones
diplomáticas en marzo de 1961.
Es una
falacia decir que el embargo norteamericano condujo a Castro a los brazos de
Moscú porque fue todo lo contrario. Castro provocó todas las reacciones del
gobierno americano, no sólo hasta el rompimiento total, sino hasta llevar al
mundo al mismo borde de la guerra nuclear en octubre de 1962.
Barak Obama
no ha sido el único presidente en intentar el restablecimiento de relaciones.
Otros presidentes lo intentaros como Kennedy, Ford, Carter y Clinton. Sin
embargo, Castro escogió el momento más adecuado para hacerlo.
Es posible
estar de acuerdo en la opinión de que, en más de medio siglo, el embargo no ha
servido para nada para conseguir el derrocamiento del mismo. El embargo es el
resultado de un plan macabro del propio Castro para sus oscuros propósitos.
Sin
embargo, considero que este es el peor momento para el restablecimiento de las
relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU., y el levantamiento del embargo. No
se me entienda mal. Siempre pensé que el levantamiento del embargo
norteamericano al gobierno de Fidel Castro despojaría a este de una de sus
armas más poderosas. Pero, hoy día, el levantamiento de restricciones sería la
mejor ayuda para evitar el colapso económico del régimen en momentos en que su
principal sostén, el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, se halla en las
más serias dificultades económicas, sociales y, claro, políticas.
El gobierno
de Fidel Castro ha existido sobre la base exclusiva de subsidios. Desde 1960
hasta 1990, la URSS lo sostuvo hasta su último aliento.
A partir de
la caída del bloque comunista, colapsó el estado protector y la población se
sumió en la más completa desvalidez. No obstante, Castro utilizó su prestigio
internacional para atraer capitales y turistas europeos de izquierdas, a los
cuales esquilmó y exprimió sin misericordia hasta que logró poner a Hugo Chávez
en el poder de Venezuela. Desde entonces, con el contubernio del gobierno de
Bill Clinton, quien, hipócritamente, por una parte, convirtió el embargo en la
ley Helms-Burton, por otra, lo suavizó como nadie, Castro pudo gastar en USA el
dinero robado a inversionistas europeos y al pueblo de Venezuela, amén del de los
muchos negocios que Castro tiene en los propios EE.UU., cuyas ganancias recibe,
camufladas de “remesas” de exiliados.
Hoy día,
cuando la Cuba de Castro no produce ni un grano de azúcar ni café, ni cítricos,
ni petróleo, ni níquel, ni tela de arañas, y cuando carece de ninguna fuente de
subsidio y está con el agua llegándole a las fosas nasales, es entonces que el
gobierno americano le tiende la mano generosa para sacarlo del naufragio total.
En un
artículo anterior, aseguré que el restablecimiento de relaciones era el
resultado de la muerte de Fidel Castro, pues esta jamás permitiría en vida algo
que negaba la pretendida vocación de toda su existencia. Reconozco que me equivoqué.
El tirano es mucho más pragmático y tiene menos principios de lo que me
imaginaba. Es como si Fidel Castro tuviera una bola mágica y estuviera siempre
un paso delante de todos, en una posición de win-win. Una vez más, el decrépito
sátrapa nos restriega en la cara que ha ganado y, los que nos oponemos a él,
seguimos en el bando de los perdedores.
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