Mandel Ngan, Getty Images
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No quisiera comenzar con un cliché, pero no me queda de otra: los
pueblos tienen mala memoria. Y otro más: no hay peor ciego que el que no quiere
ver. Sintetizando ambos: los pueblos sólo recuerdan lo que desean recordar.
Verdades de Perogrullo aparte, muchos albergan grandes
esperanzas de cambio en Cuba como consecuencia de la política del presidente
norteamericano Barak Obama hacia el gobierno cubano. De hecho, el anuncio de
Obama del 17 de diciembre del 2014 sobre el restablecimiento de las relaciones
diplomáticas con el gobierno de los Castro fue tomado por muchos literalmente
como el final de todo cuanto ha ocurrido en la Isla desde el primero de enero
de 1959.
Particularmente, no estoy ni a favor ni en contra de la política de
Obama hacia Cuba.
Soy escéptico y, en este asunto, carezco de muchos elementos de juicio,
por lo que me limito a suspender este.
La política es un campo en el cual uno no debe
dejarse llevar por las emociones so pena de caer una y otra vez en la noria de
errores históricos. Por ello, me limito a los hechos comprobables, las únicas verdades
sobre las cuales se puede fundamentar cualquier juicio.
Ahora bien, en el diccionario de la Real Academia,
los conceptos de robo (sustantivo) o robar (verbo) se definen como “quitar o
tomar para sí con violencia o con fuerza lo ajeno.”
No hay justificación legal, económica, social o
ideológica que no permitan calificar como robos las distintas olas de
confiscaciones realizadas por el gobierno castrista a lo largo de sus 57 años
de gobierno, demasiado tiempo para no ser, además, definido como dictadura. Estos
son hechos, lo demás es metatranca.
La primera gran ola de robos por parte de los
Castro fue la confiscación de todas las propiedades privadas y personales de
los habitantes de la Isla.
El primer gran acto fue en 1959, con la Ley de
Reforma Agraria cuando, a nombre de la lucha contra el latifundio, un verdadero
azote económico del país que se remontaba a las épocas de la conquista
española, cuando se repartieron hatos y corrales a los encomenderos españoles.
Sin embargo, dicha ley no sólo acabó con el latifundio sino con toda forma de
propiedad privada sobre la tierra.
La reforma agraria redujo las parcelas
particulares, primero a no más de mil hectáreas (25 caballerías), y, más tarde,
a unas 200 (5 caballerías). Esta propiedad era intransferible, mucho menos vendible
y sólo se podía traspasar a descendientes directos como herencia.
Los campesinos no podrían emplear mano de obra
asalariada ni vender sus productos a otro organismo que al Instituto Nacional
de Reforma Agraria (el nefasto INRA), del cual sólo podían adquirir lo
imprescindible para cultivar, es decir, semillas, abono, equipos, etc. Tampoco
podían cultivar los que le viniera en gana, sino sólo lo que estuviera “planificado”.
Tampoco podían poseer más de cinco cabezas de ganado, pero jamás podrían sacrificarlo
sin autorización del gobierno, siquiera para su propio consumo. Sólo las granjas
estatales y, si acaso, a “cooperativas agrícolas” estaban autorizadas para
criar grades rebaños de ganado de todo tipo. Las cooperativas, por su parte,
era otra forma de robo de tierras en que los campesinos les entregaban sus
tierras a la administración estatal a cambio de ciertos beneficios que, a la
larga nunca fueron más que promesas incumplidas.
La reforma agraria convirtió los latifundios
particulares en un gran latifundio nacional, potenciando la ineficiencia
productiva de aquellos.
Hoy día, la mayor parte de las tierras
cultivables y grandes porciones de otrora bosques repletos de maderas preciosas
y especies endémicas, se han transformado en vastas extensiones de tierras
baldías cubiertos por marabú.
Un año más tarde de la reforma agraria, se
aprobó la llamada Reforma Urbana en 1960.
Durante la década de los 50, el gobierno de
facto de Fulgencio Batista había aprobado una ley de alquileres de inmuebles que
impulsó un boom de construcciones en la Isla pero que resultó en un alza de alquileres
abrumadora para la mayoría de la población urbana del país. Bajo esta
justificación, en 1960, Castro impuso la Ley de Reforma Urbana, con la que se
despojó de la propiedad de bienes raíces a la inmensa mayoría de los
propietarios, dejando, en apariencia, sólo las propiedades individuales en
usufructo. Es decir, sólo se podía poseer la propiedad de la casa en la que se
viviera, con algunas escasas excepciones como casas de descanso en la playa. Sin
embargo, los “propietarios” no podían vender sus casas y, quienes desearan
mudarse, sólo podían intercambiar sus viviendas por otras equivalentes para que
no mediaran ganancia alguna. Aparentemente, a los antiguos arrendatarios se les
ofreció la “propiedad” de las casas en las que vivían, pero debieron antes pagarle
al Estado -que no les costó un centavo- el valor de las mismas en forma de un
alquiler por varios años. Después de años de pagar ese alquiler, el nuevo “propietario”
estaba sometido a las limitaciones de la “ley”, es decir, no vender -mucho
menos alquilar- y sólo permutar sus casas.
Junto con la prohibición de la venta de tierras
y casas, los Castros prohibió, además, la venta de automóviles bajo la
justificación de la escasez de combustible y de materiales para las
construcciones viales.
Además de tierras e inmuebles, los Castro
confiscaron los llamados “bienes malversados”, es decir, propiedades de
personeros del antiguo régimen de Batista, segundo, grandes propiedades mercantiles
e industriales. Todo pasó íntegramente a la administración estatal.
Bajo esta misma justificación, los Castro
confiscaron todas las propiedades y valores personales de cuantos intentaban
abandonar el país.
En las aduanas de los aeropuertos se veían a
diario el triste espectáculo del despojo de los pasajeros de relojes, anillos
de compromisos, pulseras, collares, aretes y prendedores, además de todo el
dinero efectivo que llevaran, por poco que fuera. Si esto no se puede calificar
como robo, no sé cómo llamarle.
La segunda gran ola de robos estuvo dirigida
contra las propiedades extranjeras.
Los Castro tampoco se detuvieron ante las propiedades
extranjeras, justificándose con la negativa de las refinerías de propiedad
norteamericana a refinar el crudo ruso, de alto contenido en azufre y, por
tanto, capaz de dañar las instalaciones.
Tras estas olas de confiscaciones, los Castros
se apoderaron directa o indirectamente, abierta u ocultamente, de todas las
propiedades existentes en el territorio nacional. Pero, ello no les bastó.
En otro acto controlador, redujeron drásticamente
todos los salarios y las pensiones de los cubanos, lo que produjo un éxodo
masivo de profesionales de la Isla. Por último, en 1968, sobrevino la Ofensiva
Revolucionaria donde se terminó con los restos de la actividad económica
independiente, convirtiendo a todos los pobladores de la Isla en empleados (por
llamarlos eufemísticamente) del gobierno.
Pero, los Castro no se limitaron a robar a los “capitalistas”.
La tercera gran ola de robos estuvo dirigida
contra sus propios mentores.
Entre 1960 y 1963, el gobierno comunista de
China intentó competir contra la influencia soviética en la Isla, dado, sobre
todo por las abiertas preferencias de Ernesto “Che” Guevara hacia el maoísmo
estalinismo “moral” de chinos y norcoreanos antes que el socialismo “economicista”
con el que Nikita Jruchov estaba experimentando en la URSS. En este sentido,
los chinos le regalaron decenas de millones de toneladas de arroz gratis a
Castro. Este, simplemente, en vez de darle ese arroz a su hambriento pueblo, lo
vendió descaradamente en el mercado mundial. Los chinos soportaron este robo
hasta que Castro envió a su “preferido” “Che” al Congo en misión suicida y se
expresó abiertamente pro soviético antes que maoísta. Entonces., sobrevino una
ruptura que duró medio siglo.
No obstante, Castro no se limitó a robarle a
los chinos.
Desde 1960 hasta su desintegración en enero de
1991, los soviéticos subsidiaron generosamente a Castro, llegando a regalarle
hasta cinco mil millones de rublos anuales (con una paridad superior al dólar
estadounidense de la época), sin contar con toda el incontable armamento y logística
militar.
Primero, el subsidio fue a cambio de cantidades
de azúcar que Castro nunca entregó. Más tarde, cuando Leonid Brezhnev redujo
por hambre a Castro a convertir a Cuba en otra colonia soviética, integrándola al
CAME, el dictador cubano robó todos los cuantiosos recursos que los soviéticos
le ofrecieron para industrializar la Isla.
Durante la sovietización de Cuba, entre 1973 y
1976, se creó el Comité Estatal de Ayuda Económica. Este iba a ser el organismo
cubano designado a contratar los colosales complejos industriales que la URSS
había planeado en la Isla para que esta alcanzara su independencia económica
del subsidio soviético, demasiado oneroso para el Kremlin. Sin embargo, Castro
jamás pensó en instalar ninguno de ellos.
Poco a poco, a finales de los 70 y principios
de los 80, accidentalmente en la prensa, comenzó a salir la verdad sobre el
destino de todas esas inversiones e importaciones. Enormes maquinarias,
cuantiosas cantidades de materia prima y estructuras industriales totalmente
nuevas pero arruinadas por años a la intemperie comenzaron aparecer en los más disímiles
lugares de la Isla. Castro jamás concluyó ninguno de los ambiciosos planes
diseñados por los rusos y otros miembros del bloque comunista. Decenas de miles
de hectáreas cubiertas por las ruinas de instalaciones industriales apenas
comenzadas, millones de toneladas de materias primas desechadas y de tecnología
arruinada. Castro, simplemente se robó los recursos y el financiamiento destinados
a los planes soviéticos, sobre todo la parte en dólares que le entregaron para
suplir en el mercado mundial aquello que no pudieran suministrarle los rusos. Y
los utilizó sobre todo para sus aventuras políticas sobre todo en el
extranjero. Los principales perjudicados no fueron solamente los rusos sino
también los cubanos, quienes jamás vieron la mayoría de los suministros enviados
por los aquellos.
Muchos barcos cubanos salían de los puertos
soviéticos y, en vez de ir directamente a Cuba, se desviaban hacia los aliados
de Castro. Vietnam, Corea del Norte, Angola, Mozambique, Chile, Nicaragua,
Yemen y muchos otros recibieron buena parte de esos recursos a cambio de su
fidelidad a Castro.
La cuarta gran ola de robos se dirigió contra
los movimientos terroristas y gobiernos prohijados por los Castro.
Castro también extrajo no pocas ganancias de
sus aliados “solidarios”. Por ejemplo, extrajo grandes cantidades de los
recursos de Angola durante sus trece años de ocupación, traficando con diamantes,
oro, marfil, animales exóticos y pieles, maderas preciosas y otros recursos. Lo
mismo hizo con Argelia, Yemen, Mozambique, Chile, Nicaragua, Panamá y, ahora,
con Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina.
Pero, si esto no fuera poco, Castro le robó,
incluso, a los movimientos guerrilleros y terroristas promovidos y armados por
él mismo.
Millones de dólares obtenidos del narcotráfico,
secuestros, atracos y extorciones efectuados por movimientos guerrilleros de
Nicaragua, Guatemala, Colombia, Venezuela, Perú y Uruguay se depositaron en
Cuba para presuntamente resguardarlos en el paraíso terrorista. Sin embargo,
Castro se negó sistemáticamente a devolver ese dinero cuando estos movimientos
lo pidieron de vuelta, sobre todo al convertirse en partidos políticos legítimos.
La quinta ola de robo comenzó con el llamado “período
especial” tras la caída del bloque comunista. Esta estuvo principalmente dirigida
contra los inversionistas mayormente europeos que soñaron sacar pingües
ganancias del pretendidamente mercado virgen de la Cuba pos soviética.
Desde que Castro, siempre un paso adelante de
los acontecimientos, se olió que la URSS comenzaba a tambalearse, le abrió los
brazos a la inversión extranjera, sobre todo en el campo turístico. Miles de
inversionistas de toda Europa, Asia y América Latina corrieron a la Habana en
busca de oportunidades de negocios. Castro obligó a la aplastante mayoría a
hacer antesala durante años ante las oficinas del vicepresidente cubano Carlos
Lage en espera de la ansiada respuesta a sus propuestas. Mientras tanto, se les
obligó a gastar grandes sumas de dinero por sólo encontrarse en la Isla.
La inmensa mayoría de los inversionistas
extranjeros fueron rechazados tras gastos enormes. Otros muchos hicieron
inversiones que jamás fueron remuneradas y, mucho menos devueltas. Sólo fueron
aceptados unos pocos empresarios por las grandes dádivas otorgados al gobierno
y a sus funcionarios, y por ciertos papeles jugados en la política subversiva
de Castro.
Desde los 90, Castro se embolsilló cientos de
millones de dólares de miles de ingenuos inversionistas, muchos incluso de
afiliación izquierdista.
Además de robar las inversiones, cuyos costos
han sido particularmente onerosos, Castro cobra además grandes salarios por los
empleados cubanos de todas esas corporaciones, dejándoles sólo entre un 2% y un
3% a los empleados cubanos.
Por ejemplo, la Sherritt canadiense pagaba al
gobierno un promedio de USD$800 por cada trabajador cubano en la planta de
níquel de Moa, mientras que el gobierno les dejaba apenas unos USD$30. Bajo
este mismo concepto, Castro vació todos los hospitales y campos deportivos,
exportando médicos, maestros y deportistas (amén de militares y agentes de la
inteligencia) a todas partes del mundo, sobre todo a los países gobernando por
sus aliados, como Venezuela, Bolivia y Nicaragua. De todos ellos devengó enormes
salarios, dejándole migajas a sus súbditos, algunos de los cuales aprovecharon
para escapar de su esclavitud.
Todo ello sin contar con el robo del más del
20% de las remesas que los cubanos exiliados envían a sus familiares a Cuba.
Tampoco contamos, por falta de datos, el robo a los contribuyentes americanos
que le permitieron a Castro los gobiernos de Clinton y de George W. Bush con la
compra en Estados Unidos a precios risibles productos agrícolas subsidiados.
Faltan muchísimos más ejemplos de la
predilección castrista por el robo antes que por impulsar el desarrollo económico
de la Isla. De hecho, a medida que han crecido la política de despojo, la
economía cubana se ha vuelto más estéril.
La Isla de Cuba, una economía siempre creciente
por casi cuatro siglos, gradualmente se ha transformado en uno de los países
menos productivos del mundo sin discusión.
Cuba fue el primer productor mundial de azúcar
de caña por más de siglo y medio, además de tabaco, café, frutas, ganado,
maderas preciosas, pescado y ciertos minerales, además de ciertos productos
industriales y el turismo. Desde el mismo comienzo del régimen castrista, la
política de economía centralizada ha provocado el colapso gradual de todos los
renglones productivos del país hasta hoy día en que la Isla no produce absolutamente
nada. Y, cuando digo nada, es nada. Y todo no sólo por la incapacidad económica
del régimen, sino, sobre todo por su filosofía de vivir del despojo ajeno.
Ya antes del anuncio por el presidente Obama del
restablecimiento de relaciones con el gobierno cubano, muchos empresarios
norteamericanos y cubano americanos estaban haciendo gestiones ante ambos
gobiernos para invertir en Cuba.
Desde el anuncio de Obama sobre el restablecimiento
de relaciones con Cuba, y, ahora, tras su visita, un gran sector de empresarios
de esta orilla del Estrecho de la Florida está en estado de euforia ante la
perspectiva de que se levante finalmente el embargo o, al menos, se autorice
ciertas relaciones mercantiles con la Isla.
Después de tantos ejemplos y experiencias sobre
la persistencia de la política de despojo del gobierno cubano, algo esencial al
mismo, ¿cómo es posible que aún haya alguien que se empeñe en invertir en la
Cuba de los Castro?
Muchos repiten hasta el cansancio de que a ambos
Castro les queda poco tiempo de vida, que Raúl prometió abandonar el gobierno
dentro de dos años (¿tendrán los Castro credibilidad alguna?), que las condiciones
actuales no son las mismas, que a los tiranos no les queda más remedio que
aceptar un cambio debido a que la economía está a punto de colapsar y que, a
sus puntales, como Maduro en Venezuela, les queda poco en el poder.
Siento decirles a los optimistas que los Castro
son los artistas del escape. Houdini jamás podría comparárseles.
En el 60, cuando comenzó el diferendo con
EE.UU., todos dijeron que les quedaba semanas. En el 70, cuando la URSS les
retiró el subsidio, pareció tambalear, pero persistió, engañando una vez más a
los rusos. En los 90, con la desintegración del bloque comunista, su caída era
irremisible. Pero los Castro han sobrevivido veinticinco años más.
Dada la catarata de hechos incontrovertibles e
iterativos, es posible asegurar sin margen de error que todas las inversiones
que vayan a Cuba bajo los Castro y sus sucesores están indefectiblemente condenadas
a ser estafadas, robadas. ¿Cuántos ejemplos más necesitan los optimistas?
No puedo decir cuál es el móvil de la política de Obama hacia Cuba. La
política norteamericana es una cosa y la cubana otra muy distinta, a menos que
se desee la anexión de la Isla como el estado 51 de la Unión.
Lo que sí puedo asegurar es que la política de
la actual administración norteamericana hacia la Isla le está ofreciendo a los
Castro la oportunidad de cometer una nueva ola de robos a gran escala, esta vez
a empresarios americanos y cubano americanos, amén de interponerse una vez más
a cualquier posibilidad de cambio o desarrollo en Cuba. ¿Esto hace cómplice a
Obama?
L.Q.Q.D.