Sunday, August 16, 2009

WOODSTOCK

Soy coetáneo de aquellos “baby boomers” norteaméricanos y europeos que hablaban de amor y paz pero cuyo “desmaquillaje” era demasiado parecido a los guerrilleros y terroristas que Fidel Castro había clonado por toda América Latina y África con la bandera de la imagen a lo Cristo de Limpias del Che, quien había llamado, con el tableteo de ametralladoras, a no dejar piedra sobre piedra de la civilización occidental. No era un movimiento posmoderno sino absolutamente romántico, con la misma búsqueda del infinito y la subordinación total de la razón a la emoción. Claro, hay cierto matiz entre ser un alternativo de aquella época y un delincuente o terrorista hoy día; el morir y matar por el amor y la paz de entonces que simplemente el matar por matar actual, así como la búsqueda de la espiritualidad suprema en la droga y el sexo que consumir drogas y hacer el sexo por meramente embriagarse y singar. Pero, no se me mal entienda. Fui, soy fanático de la música que generó aquel fenómeno. Pero, lo contradictorio fue que mi generación en Cuba había logrado lo que clamaban todos aquellos jóvenes, no sólo en Woodstock, sino en La Sorbona y Frankfurt durante la revolución del 68, en Brasilia, México, Montevideo, Santiago de Chile, Buenos Aires… todo el mundo. En Cuba, nuestros padres habían hecho la revolución y nosotros éramos los encargados de construir la sociedad que sustituyera el “decadente capitalismo”, preparara el advenimiento de la utopía en un futuro incalculable, convirtiéndonos en los “hombres nuevos” en el camino, ignorantes de los que ocurría en los sótanos del G-2, los fosos del Morro y la Cabaña, y las mazmorras multiplicadas a lo largo de la Isla. Sin embargo, nos prohibieron siquiera saber de Woodstock, de aquella música y aquellos artistas que luchaban por nuestra misma causa. Porque no habíamos comprendido aún que semejante “causa” era todo un engaño de Fidel Castro, sus secuaces y sus promotores - “cartas de navegación falsas”- al decir de Karl Marx para que inmoláramos nuestra juventud en aquel campo de concentración sin pasado ni presente ni futuro que, antes que sociedad superior, era una vulgar hacienda esclavista, pantalla propagandística para que unos disfrutaran el poder total y otros nos utilizaran como peones para oscuras políticas globales. De todas maneras, hubiera preferido mil veces estar en Woodstock en aquel agosto del 69 que cortando caña en aquel campamento del servicio militar obligatorio cuando medio millón de jóvenes soñaban en los acordes de frenéticas guitarras eléctricas con la misma utopía que yo estaba sufriendo.

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