Monday, September 14, 2009

MARIELA CASTRO Y YO (SEGUNDA PARTE)


Siempre me sentí incómodo cerca de los altos personajes del gobierno de Fidel Castro. La leyenda propagandística cubana de que el principal objeto de la CIA y “la mafia terrorista de Miami” es la eliminación física de los dirigentes de la revolución, ha justificado la creación y sostenimiento de un costosísimo ejército de guardaespaldas. El mismo, más que la protección de la cúpula del gobierno cubano contra las “amenazas” externas, se ha erigido en una muralla impenetrable para acentuar la distancia entre la “dirigencia” y el resto de la población.
Cierto mediodía soleado y caluroso de finales de los 70, iba sudando la gota gorda en una guagua repleta, una ruta 174, por Vía Blanca destino a la Universidad. El ómnibus paró rutinariamente frente a la Ciudad Deportiva. Cuando intentó salir para continuar viaje de detrás de otra guagua detenida en la misma parada, coincidió con la caravana de Fidel Castro, que venía a toda velocidad por la senda más cercana. Los escoltas de la misma, al ver bloqueado el paso por el ómnibus, rastrillaron sus armas y metieron los cañones de sus ametralladoras por las ventanillas, gritando amenazas. Los pasajeros apiñados gritaron de terror y no faltaron protestas indignadas. El ómnibus frenó y la caravana, evadiéndolo, continuó su camino. Al llegar a mi destino, aún las piernas me temblaban. Las historias que, en Cuba, se transmitían de boca en boca sobre las reacciones de los guardaespaldas de Fidel Castro eran tremebundas. En aquella época, se contaba que un infortunado chofer se hallaba en una calle del Vedado, sacando un gato del maletero de su carro. En eso, pasó la caravana real y los guardias pensaron que el hombre estaba sacando un arma. Siete AK-47 lo convirtieron en un colador sangriento. En otra ocasión, al pasar la caravana, unos niños jugaban sobre un árbol. Los escoltas vieron el “amenazante” movimiento del follaje y los tumbaron a todos como a pajaritos. Nadie pudo ni se atrevió jamás a hacer reclamaciones, nadie fue castigado, nadie recibió compensación alguna. Por ello, cuando el destino me puso delante a Mariela Castro, mi paranoia devino en psicosis. Y es que los Castro no escatiman en seguridad personal. Si la educación de Mariela costó millones –que, como ya he contado, benefició a mi esposa y a unos cientos sus coetáneas-, su seguridad y su modo de vida en general debe haber costado al país muchísimo más. Por ejemplo, en Cuba era voz populis que Mariela acompañaba a su madre, Vilma Espín, a París cada vez que ambas deseaban renovar su ajuar. Unos diez años después de que Leo, mi esposa, se graduara de la Escuela Formadora de Educadoras de Cojímar, donde fuera condiscípula de Mariela Castro, el camino de esta volvió a cruzarse en nuestra vida. Mariela inició entonces una relación sentimental con el hijo de un gran amigo nuestro. Aquel era bailarín de un importante grupo danzario nacional y su aspecto apolíneo le había ganado gran demanda entre el ámbito femenino. Y, quién sino Mariela para conseguir lo mejor de lo mejor. Al parecer, esta lograba todo lo que se proponía pues, en contra, incluso, del imperio de su querida madre, lo llevó a vivir al famosísimo bunker de calle 26 en Nuevo Vedado, residencia de Raúl Castro, uno de los edificios mejor guardados del país. Para el hijo de nuestro amigo, fueron meses de una luna de miel digna de las mil y una noches. Bojeos a Cuba en el “Pájaro Azul”, el yate del mismísimo gran hermano, digo, tío de Mariela; vacaciones en la “humilde” casa del pintor Osvaldo Guayasamín en Quito, Ecuador, etcétera, etcétera. Cierto día, a Mariela se le antojó pasar unos días en casa de sus suegro, nuestro amigo, quien vivía a la sazón en la barriada habanera de Lawton, cuya población no era muy aristocrática, por cierto. Una vez más, los Castro accedieron al capricho de su princesa sin escatimar, claro, en medidas de seguridad. El día anterior a la visita, un operativo de la seguridad del Estado, “recogió” a todos los pobladores del barrio con antecedentes penales o políticos. En Lawton, con una población de unos 30,000 habitantes, ello representaba la detención de un 10-15% de esta, una bicoca de más de 3000 detenidos. Por su parte, la policía reforzó su patrullaje de la zona, varios carros con apariencia pavorosa circularon lentamente en torno a la cuadra donde vivían nuestros amigo y un helicóptero sobrevoló incansablemente la zona día y noche con su traqueteo de aspas hasta que la visita terminó. De más está decir que mi amigo llamó secretamente a los íntimos, todos desafectos declarados, para que ni nos asomáramos por su casa hasta que su distinguida huésped se marchara. A partir de entonces, preferí que mi amigo me visitara, alejándome de su casa mientras duró el romance en cuestión. Fue entonces que mi madre murió. El hijo de mi amigo tuvo la amabilidad de ir a darme el pésame a la funeraria donde estaban expuestos sus restos. Pero, tuvo la genial idea de llevar a su novia, la mismísima Mariela Castro, a quien por primera e involuntaria vez conocí en persona. No digo que no fuera afable y simpática. No obstante -quizá fuera paranoia o el agotamiento de todo lo sucedido-, entre el gentío de dolientes, no sólo del entierro de mi madre sino de todos los otros seres queridos tendidos en aquella funeraria de barrio, se veían rostros amenazantes que echaban miradas sobrecogedoras a todo el que se le acercara a la princesa, sobre todo a mí, a quien se habían acercado la pareja a darme su pésame. Al terminar la visita de cortesía, coincidentemente, varios autos de aspecto siniestro abandonaron la funeraria. Así, que quedé más agradecido de que se fueran que de que hubieran venido. De más está decir que nuestros amigos, los suegros de Mariela, fueron “amablemente” atendidos por la seguridad personal de los Castro hasta que su hijo decidió “desertar” durante una gira a Europa, cayendo entonces, en completa desgracia. Por suerte, para mi tranquilidad y seguridad personal, nunca más hube de encontrarme con tan encumbrada persona.

3 comments:

  1. Pues si todo lo que expones sobre Mariela Castro es cierto, yo conoci en Cuba al hijo de Lage, por mediacion de un hermano mio y esas mismas cosas que cuentas pasaban alrededor de este personajillo, en fin que asi son las cosas. Te exhorto a que sigas escribiendo sobre Cuba, nosotros somos los encargados de escribir la verdadera historia de ese Régimen, exponer las verdades al mundo. Te invito a que visites uno de mis blogs http://micubadentro.blogspot.com/ y pues estamos en contacto.

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  2. Suena todo muy fabulado. Los de los ninos en los arboles, por ejemplo. Hijos de puta son... pero que necesidad tenemos de inventar? Basta con la verdad de los hijos de puta que son, que es evidente.

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  3. Ni me había percatado de este comentario en todo este tiempo. Como dije en el artículo, la guardia personal de Castro tiene una nefasta mitología dentro de Cuba. A esta, bien poco han tenido acceso los exiliados, quienes tienen su propia mitología, bien distinta de la transmitida por los canales de "radio bemba", el sistema de rumores interno de la Isla. De la historia de los niños ni fui testigo ni está documentada. Era una historia que corría de boca en boca entre círculos que pudiera catalogarse como "afectos" al régimen durante los 70. La conté porque es una de las menos truculentas que he escuchado pero podría hacer una lista interminable de estos rumores, muchos de los cuales bien pudieran haber sido introducido en el sistema popular de rumores por el propio régimen -el cual tiene un equipo especializado en ello llamado "Departamento de contrapropaganda"- para propagar el miedo entre la población sobre la implacabilidad de la guardia personal del tirano, una de las formas de represión del régimen.

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