Wednesday, September 2, 2009

Un 1984 eterno sin año nuevo (Continuación II)


Ni las personas más tranquilas y decentes están a salvo en 1984. Recuerdo a Adrián en aquella escuela bilingüe de mi barrio que ostentaba el altisonante nombre de Cambridge School. Entonces, nadie se imaginaba lo que nos deparaba un futuro no tan lejano. Mientras que todos los muchachos empleábamos la menor oportunidad que nos daba la estricta disciplina escolar para el retozo y las maldades, Adrián Vilardebó se dedicaba a hacer las tareas en sus pulcras libretas forradas con papel color ladrillo. Era el paradigma de “abelardito”*. Cuando el resto de los muchachos terminábamos todas las tardes con el uniforme de la escuela hecho un desastre (o nos dejaban haciendo líneas de castigo), Adrián regresaba a su casa peinado y con el uniforme impoluto. Una década después, gracias y a pesar de la revolución, como estaba escrito para él, fue primer expediente de la escuela veterinaria. Automáticamente, aunque no era ni de la juventud ni el partido, por su aplicación, le fue asignada la más alta tarea de la época en su especialidad: ser el veterinario de Rosafé Signet****, aquel famoso toro semental comprado personalmente por el Comandante en Jefe en cientos de miles de dólares a Canadá para "mejorar” la raza del ganado cubano. Este ya había sido recontramejorado durante los cuatro siglos anteriores, desarrollando una resistencia y una adaptabilidad inigualable a las condiciones naturales de la Isla pero, no inmune a la ineficiencia de la agricultura comunista, había sido reducido ostensiblemente. Así que, Rosafé era la gran esperanza con tarros de la economía socialista. Pero este no tenía la resistencia ni la adaptación del ganado cubano. Debía estar en aire acondicionado, con una alimentación y un trato muy especial para extraerle su valiosísimo semen. Sin embargo, para los administradores de la granja, veteranos barbudos de la Sierra, un toro era un toro como otro cualquiera y no había que estar cuidándolo tanto. Así, desoyeron todos los consejos y las prescripciones que les daba Adrián y Rosafé, finalmente, se enfermó y murió. La administración de la granja -a la cual le pondrían el nombre del toro-mártir-, para escapar a la ira de Zeus, acusará a Adrián -cuyo padre acostumbraba a hablar mal del gobierno en la bodega de la esquina de su casa- de sabotaje contrarrevolucionario, planificado directamente por la CIA. Sin la menor prueba y más inocente que un recién nacido, Adrián cumplirá 5 años de prisión y pasará cierta temporada bajo tratamiento psiquiátrico. Al salir de prisión, despojado de su título de veterinario, Adrián cayó bajo la bota del jefe de sector de la policía quien lo amenazó con meterlo de nuevo preso si se atrevía a curar al más zarrapastroso de los gatos callejeros. Aún así, en el ministerio de salud pública, se consiguió un trabajito en la vacunación de los perros contra la rabia, en el cual vegetará el resto de su vida. Pero, aquí no termina el cuento. Parte de las desgracias de Adrián es su inteligencia y sus conocimientos enciclopédicos. Conoce la historia de Cuba y todos sus personajes vivos y muertos a niveles del detalle más minucioso. Así, dedicó sus largos años de ostracismo a escribir un enorme libro sobre el Cementerio de Colón, en el volcó sus aplastantes conocimientos en una historia minuciosa de los personajes, familias e instituciones con panteones en el mismo. Su otra desgracia es su ingenuidad que lo llevó, al terminar su obra maestra, con su enorme manuscrito, al Instituto del Libro. Allí, los censores detectaron datos y relatos que no se correspondían con la visión de la historia cubana propalada por la propaganda castrista. Le aconsejaron, entonces, muy amablemente, que eliminara ciertos pasajes y cambiara otros. Este no aceptó y, sin muchos miramientos, la seguridad del Estado le invadió la casa, le secuestró todos sus papeles y, tras enseñarle los instrumentos de tortura como a Galileo, le prohibió de por vida acercarse al Cementerio de Colón a menos de 500 metros. Aún así, incluso bajo amenaza, él y sus padres se negaron a irse por el Mariel en el 80. Hoy día, muertos sus padres y sin familia, Adrián anda por las calles de Santos Suárez, sucio como un vagabundo, vacunando sus perros y completamente psicótico, mirando hacia atrás, perseguido por todos los demonios del comunismo.
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*Abelardito: así llaman en Cuba a los estudiantes extremadamente aplicados.

3 comments:

  1. Me pregunto qué pasó con el libro de Adrián sobre el cementerio de Colón. Probablemente sufrió el mismo destino que los miles de libros quemados en el patio de la Lubyanka en Moscú, o tal vez algún oficial cubano lo tiene en su colección privada. Creo que vi a Adrián una vez en La Habana cuando yo vivía en el Malecón – una noche yo estaba sentado frente al mar con mis amigos, tomando ron callejero (un pasatiempo peligroso), cuando de repente apareció una manada de perros callejeros, por lo menos 15 de ellos, ladrando y corriendo por todos lados. Los seguía un hombre de la calle, vestido con una colección random de ropa y gritando frases que ndie podía entender. Y luego, tan rápido como aparecieron, desparecieron Habana adentro.

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  2. donde ha estado dios, el hijo y el espíritu santo?
    esa trinidad que huye cuando quieres alcanzarla?
    se abre la tierra y aparecen los fantasmas
    como lenguetas de azufre y cal,
    que calcinan tu rostro hasta el hueso
    y luego,
    el circo romano estremece el aire...
    llegan los aplausos de todas partes del imperio
    y se vuelve a echar a la mar la esperanza.

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  3. La Cuba de Castro parece ser el único país, aparte de la India donde se endiosa el ganado vacuno. No solamente Rosafé es un "toro-mártir" y se pone su nombre a un centro sino que en el Olimpo castrista tambien existe una "vaca-mártir": UBRE BLANCA, cuya supuesta producción record de leche salía reflejada diariamente en el periódico Granma y tambien vivió rodeada de un equipo de técnicos y veterinarios en un establo con aire acondicionado hasta que tanto ordeñaron a la pobre vaca que finalmente murió. A su muerte fue debidamente canonizada por la dictadura como corresponde a una "heroina del trabajo" y hoy en día tiene su monumento en una granja lechera de Cuba.

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