Friday, February 2, 2018

REQUIEM POR FIDELITO


Fidelito siempre padeció de ser un diminutivo en todos los aspectos y momentos de su vida bajo la aplastante sombra del ego gigantesco de su padre, Fidel Castro Ruz.

La madre de Fidelito, Mirta Díaz Balart, hija del alcalde de Banes, era de diferente ascendencia social que Castro, por lo que resultaba altamente atractiva a este arribista empedernido. 

Cuando Mirta era una estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana, Castro utilizó de celestina al misterioso Alfredo Guevara, con el cual siempre tuvo dudosas relaciones y cuya “preferencias” sexuales le daba acceso al coro de muchachitas de la facultad. Guevara le puso la piedra, y Castro  abrumó a la ingenua Mirta con su palabrería incontenible. Sin perder tiempo, se casaron en 1948 en contra de la voluntad de los Díaz Balart y su primogénito, el ahora finado Fidelito, nació al año siguiente.

Castro se consagró, más bien se obstinó, por entero a su carrera política, en la cual su familia contaba poco o nada, además de tener no pocas aventuras extramaritales.

La más sonada de las infidelidades de Castro fue con Nati Revuelta, una de las mujeres más hermosas de la alta sociedad habanera, esposa de un destacado cirujano. Castro se aprovechó ampliamente de las relaciones y de la fortuna de Nati, y ella hasta le aportó una hija bastarda, por demás.

Castro le enviaba cartas amorosas tanto a Mirta como a Nati mientras pasaba su temporada casi turística en el Presidio Modelo de Isla de Pinos tras el asalto al Cuartel Moncada. Cuentan que uno de sus custodios de la prisión (se rumora que a instancia del hermano de Mirta, Rafaél, el padre de nuestros Lincoln y Mario, a la sazón ministro del Interior del gobierno de Batista) cambió de sobres las cartas y a Mirta le llegó la ardiente misiva escrita por su esposo a su querida Nati. Ello le costó el divorcio a Castro quien, al triunfo de su rebelión en 1959, dicen que saldó la  “afrenta” con un disparo a quemarropa contra el custodio, crimen que, como era de esperar, quedó exhonerado y totalmente ignorado por sus secuaces del nuevo régimen.

Mirta se divorció inmediatamente de Castro aún en prisión y este no logró obtener la patria potestad de su hijo al salir de la cárcel. Poco después, ella se casó con Emilio Núñez Portuondo, primer ministro y embajador ante la ONU del gobierno de Fulgencio Batista.
Tras salir de prisión e iniciar los preparativos de su expedición contra Batista en México, Castro le solicitó a Mirta que le permitiera estar con su hijo de 7 años por última vez ante la posibilidad de perecer en su incursión punitiva. Mirta accedió, pero Castro no le devolvió al niño, por lo que la madre y su segundo marido debieron viajar a México y apelar hasta el presidente mexicano para recuperarlo.

Tras la caída de Batista, Mirta y su esposo residían en Estados Unidos con Fidelito a buen resguardo de las medidas contra los funcionarios del batistato. Sin embargo, la larga mano de Castro simpre los alcanzó.

En su visita a Estados Unidos en abril de 1959, Castro logró secuestrar a su hijo por segunda vez y regresar a Cuba con él. Las repetidas solicitudes de su madre para recuperar a Fidelito fueron totalmente ignoradas por ambos gobiernos, todo o contrario a lo sucedido con el infame caso de Elián González cuatro décadas después.

En realidad, en la preocupación de Castro por su hijo gravitaba más la previsión de que lo utilizaran en su contra antes que su amor de padre, que nunca demostró en lo absoluto.

Castro jamás se ocupó de Fidelito, quien creció en casa de su tío Raúl, en el búnker de calle 26 y Zapata, en el Nuevo Vedado habanero, junto a los hijos de este.  Castro nunca convivio on Fidelito ni permitió acercársele demasiado. Por su parte, Dalia, la celosa concubina del tirano, siquiera consintió a sus hijos relacionarse con los de Raúl, sus primos, y mucho menos con su medio hermano, Fidelito.

Ya en los 60, los rusos sentían el oneroso peso del suminsitro de petróleo a su satélite del Caribe, por lo que ya pensaron en construir una central nuclear en Cuba para aliviar su carga sobre sus reservas petrolíferas. En tal sentido, la Universidad de Lomonosov de Moscú abrió una plaza para los cubanos en su especialidad de Física Nuclear.  Conocí a muchos talentosos muchachos que aspiraron a la misma, pero, como era de esperar, el único que la recibió fue precisamente Fidelito, a quien Castro ya le tenía asignado un destino prefabricado.

En Moscú, los ocupantes del Kremlin era particularmente dadivosos con los hijos de gobernantes y líderes de sus países y movimientos políticos satélites. Los hijos de papá tricontinentales se daban una vida principesca, con escoltas, acceso a los centros de recreación reservadas a las altas esferas de la casta burocrático militar soviética y otras linduras, sin descontar aparatosas orgías con las rubias más rutilantes del mundo eslavo. Fidelito se aprovechó de su condición de delfín castrista y se lanzó a la vida disipada de los de su casta. Por su parte, nada en el mundo era más importante para Castro que la imagen de Robin Hood que le habían creado los americanos tan pronto puso un pie en la Sierra Maestra, pretendiendo falsamente llevar una vida corte espartano. Por ello, entró en cólera en una de sus visitas a Moscú al encontrar a su primogénito en caravanas automovilísticas con guardaespaldas y todo tipo de lujos, por lo que lo castigó a regresar a Cuba y sólo volvió a sus estudios como incógnito y estrechamente vigilado.

Como hemos dicho, las relaciones entre el tirano y su hijo nunca fueron estrechas, ni siquiera cercanas. Conocidos eran los altercados entre Castro y Fidelito cuando se encontraban. La gente de mi generacion recuerda una historia de aquella época. En los sesenta, Castro tenia una sala de proyecciones personal en el Instituto Cubano de Arte e Industria  Cinematográfica en 23 y 12 en el Vedado. Allí, iba a disfrutar de los últimos estrenos mundiales junto a su queridísimo Alfredo Guevara mientras que el resto del pueblo padecía la hambruna de los años del Esfuerzo Decisivo y los Diez Millones. Gran pecado resultaba molestar a Castro mientras veía sus películas y Fidelito, en cierta ocasión, logró pasar las líneas de los guardaespaldas e irrumpir intespestivamente en la sala. Castro, iracundo, arrastró sin miramientos a su hijo hasta a calle y frente a los transeúntes, trabajadores del Instituto y asistentes a la cercana Cinemateca, le propinó una brutal golpiza.

Finalmente, Fidelito se graduó a trompicones de físico nuclear, no sin utilizar a varios mentores y asesores soviéticos, siempre dispuestos a servir al comandante de su portaviones caribeño. Como era sabido, ya tenía su futuro diseñado junto con el proyecto de la Centra Nuclear de Juraguá en las afueras de la ciudad de Cienfuegos, al sur de la Isla. Particularmente, nunca fue un estudiante ni un científico destacado, y su labor iba a ser compleamente burocrática como secretario ejecutivo de la Comisión de Energía Atómica de Cuba. Dicen que escribió varios libros “científicos”, pero estoy seguro que hizo como muchos de sus compañeros de las altas esferas, quienes tenían sus propios escritores fantasmas.

De la noche a la mañana, Fidelito se halló en una posición de poder con todos los recursos en sus manos y trató de imitar a su padre dejándose incluso la barba, cosa que muy pocos en la nomenclatura se atrevían a hacer. No tardó en caer en el mayor derroche,  viajes, francachelas y prebendas a sus íntimos, desatendiendo por completo sus responsabilidades como técnico y funcionario.

Quienes conocieron al primogénito de Castro aseguran que era soberbio en extremo, todo un sociópata. Recuerdo la historia que me hizo una conocida cubana de lo que le sucedió en 1983 en Francia. Ella, junto con decenas de pasajeros nacionales, llenaron en Paris un avión de Cubana de Aviación para regresar a la Isla. A punto de despegar, detuvieron el aparato e hicieron descender a todos los pasajeros para que Fidelito solo con sus guardaespaldas partieran con el avión vacío, dejando a sus “compañeros” varados en el aeropuerto parisino.

La construcción de la central nuclear de Juraguá comenzó en 1976, esperando entrar en operación en 1985. Sin embargo, las dificultades técnicas en conjunción con la absoluta incompetencia de su dirección, a cuya cabeza se encontraba Fidelito, dilató sus trabajos hasta 1993, cuando el proyecto colapsó por completo tras la desintegración de la URSS. En ese año, Castro en persona destituyó a su hijo, acusándolo públicamente de "ineficiencia en el desempeño de sus funciones".  El desmadre debió haber trascendido los límites de la corrupción desmedida de los sicarios del régimen cuando el tirano en persona sacara semejantes trapos sucios a la luz. Claro, también fue una de esos exabruptos de un padre ante los desmanes de su hijo, además de una forma de “limpiar” su imagen ante sus subalternos.

Fidelito, entonces, cayó en desgracia…. relativamente, y no regresó a la vida pública hasta 1999, como simple asesor del Ministerio de la Industria Básica. Desde entonces, siguió viajando a conferencias sobre temas científicos para que el gobierno castrista tuviera una presencia en ellos aunque sin aportar absolutamente nada y, sobre todo, en busca de inversiones para seguir robándole el dinero a los “ingénuos” poderosos de izquierda en el mundo. También, hizo apariciones en fiestas con ricos y famosos que visitan a la Isla en
eventos como el Festival del Tabaco y cosas por el estilo. En defintiva, siguió la vida de privilegios de la ya no tan “nueva clase” mentras el país se hundía más y más en una crisis sin fondo.
En su obituario, la prensa oficial asegura que, al término de su vida, padeció de una profunda depresión que lo llevó a lanzarse desde lo alto del hospital rerservado para las altas esferas en el exclusivo reparto Kholy de la capital cubana. Otras informaciones no oficiales aseguran que ya había intentado pegarse un tiro meses antes.


Por mi parte, no conozco a ningún sociópata ni pancista que se suicidara y me permito especular que el deceso de Fidelito pudiera ser parte de la lucha por el poder en Cuba en las postrimerías del gobierno del ya senil Raúl Castro. No es de extrañar que occiso llegara a pensar que a él le correspondía la sucesión del castrato dada su condición de primogénito y no a ninguno de sus primos hermanos como Mariela y compañía. Sin embargo, quizá, detrás de esa imagen soberbia y vanidosa de Fidel Castro Díaz-Balart, había un hombre marcado por una existencia aplastada por el poder mastodóntico de su padre y que, a pesar de tener todo lo material que pudiera disfrutar una persona, jamás tuvo el afecto paterno y materno que tanto necesita un ser humano. Descanse en paz, entonces, el pequeño Castro.

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