Monday, March 21, 2016

OBAMA Y LA PRÓXIMA GRAN OLA DE ROBOS EN CUBA

Mandel Ngan, Getty Images
No quisiera comenzar con un cliché, pero no me queda de otra: los pueblos tienen mala memoria. Y otro más: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Sintetizando ambos: los pueblos sólo recuerdan lo que desean recordar.
Verdades de Perogrullo aparte, muchos albergan grandes esperanzas de cambio en Cuba como consecuencia de la política del presidente norteamericano Barak Obama hacia el gobierno cubano. De hecho, el anuncio de Obama del 17 de diciembre del 2014 sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con el gobierno de los Castro fue tomado por muchos literalmente como el final de todo cuanto ha ocurrido en la Isla desde el primero de enero de 1959.
Particularmente, no estoy ni a favor ni en contra de la política de Obama hacia Cuba.
Soy escéptico y, en este asunto, carezco de muchos elementos de juicio, por lo que me limito a suspender este.
La política es un campo en el cual uno no debe dejarse llevar por las emociones so pena de caer una y otra vez en la noria de errores históricos. Por ello, me limito a los hechos comprobables, las únicas verdades sobre las cuales se puede fundamentar cualquier juicio.
Ahora bien, en el diccionario de la Real Academia, los conceptos de robo (sustantivo) o robar (verbo) se definen como “quitar o tomar para sí con violencia o con fuerza lo ajeno.”
No hay justificación legal, económica, social o ideológica que no permitan calificar como robos las distintas olas de confiscaciones realizadas por el gobierno castrista a lo largo de sus 57 años de gobierno, demasiado tiempo para no ser, además, definido como dictadura. Estos son hechos, lo demás es metatranca.
La primera gran ola de robos por parte de los Castro fue la confiscación de todas las propiedades privadas y personales de los habitantes de la Isla.
El primer gran acto fue en 1959, con la Ley de Reforma Agraria cuando, a nombre de la lucha contra el latifundio, un verdadero azote económico del país que se remontaba a las épocas de la conquista española, cuando se repartieron hatos y corrales a los encomenderos españoles. Sin embargo, dicha ley no sólo acabó con el latifundio sino con toda forma de propiedad privada sobre la tierra.
La reforma agraria redujo las parcelas particulares, primero a no más de mil hectáreas (25 caballerías), y, más tarde, a unas 200 (5 caballerías). Esta propiedad era intransferible, mucho menos vendible y sólo se podía traspasar a descendientes directos como herencia.
Los campesinos no podrían emplear mano de obra asalariada ni vender sus productos a otro organismo que al Instituto Nacional de Reforma Agraria (el nefasto INRA), del cual sólo podían adquirir lo imprescindible para cultivar, es decir, semillas, abono, equipos, etc. Tampoco podían cultivar los que le viniera en gana, sino sólo lo que estuviera “planificado”. Tampoco podían poseer más de cinco cabezas de ganado, pero jamás podrían sacrificarlo sin autorización del gobierno, siquiera para su propio consumo. Sólo las granjas estatales y, si acaso, a “cooperativas agrícolas” estaban autorizadas para criar grades rebaños de ganado de todo tipo. Las cooperativas, por su parte, era otra forma de robo de tierras en que los campesinos les entregaban sus tierras a la administración estatal a cambio de ciertos beneficios que, a la larga nunca fueron más que promesas incumplidas.
La reforma agraria convirtió los latifundios particulares en un gran latifundio nacional, potenciando la ineficiencia productiva de aquellos.
Hoy día, la mayor parte de las tierras cultivables y grandes porciones de otrora bosques repletos de maderas preciosas y especies endémicas, se han transformado en vastas extensiones de tierras baldías cubiertos por marabú.
Un año más tarde de la reforma agraria, se aprobó la llamada Reforma Urbana en 1960.
Durante la década de los 50, el gobierno de facto de Fulgencio Batista había aprobado una ley de alquileres de inmuebles que impulsó un boom de construcciones en la Isla pero que resultó en un alza de alquileres abrumadora para la mayoría de la población urbana del país. Bajo esta justificación, en 1960, Castro impuso la Ley de Reforma Urbana, con la que se despojó de la propiedad de bienes raíces a la inmensa mayoría de los propietarios, dejando, en apariencia, sólo las propiedades individuales en usufructo. Es decir, sólo se podía poseer la propiedad de la casa en la que se viviera, con algunas escasas excepciones como casas de descanso en la playa. Sin embargo, los “propietarios” no podían vender sus casas y, quienes desearan mudarse, sólo podían intercambiar sus viviendas por otras equivalentes para que no mediaran ganancia alguna. Aparentemente, a los antiguos arrendatarios se les ofreció la “propiedad” de las casas en las que vivían, pero debieron antes pagarle al Estado -que no les costó un centavo- el valor de las mismas en forma de un alquiler por varios años. Después de años de pagar ese alquiler, el nuevo “propietario” estaba sometido a las limitaciones de la “ley”, es decir, no vender -mucho menos alquilar- y sólo permutar sus casas.
Junto con la prohibición de la venta de tierras y casas, los Castros prohibió, además, la venta de automóviles bajo la justificación de la escasez de combustible y de materiales para las construcciones viales.
Además de tierras e inmuebles, los Castro confiscaron los llamados “bienes malversados”, es decir, propiedades de personeros del antiguo régimen de Batista, segundo, grandes propiedades mercantiles e industriales. Todo pasó íntegramente a la administración estatal.
Bajo esta misma justificación, los Castro confiscaron todas las propiedades y valores personales de cuantos intentaban abandonar el país.
En las aduanas de los aeropuertos se veían a diario el triste espectáculo del despojo de los pasajeros de relojes, anillos de compromisos, pulseras, collares, aretes y prendedores, además de todo el dinero efectivo que llevaran, por poco que fuera. Si esto no se puede calificar como robo, no sé cómo llamarle.
La segunda gran ola de robos estuvo dirigida contra las propiedades extranjeras.
Los Castro tampoco se detuvieron ante las propiedades extranjeras, justificándose con la negativa de las refinerías de propiedad norteamericana a refinar el crudo ruso, de alto contenido en azufre y, por tanto, capaz de dañar las instalaciones.
Tras estas olas de confiscaciones, los Castros se apoderaron directa o indirectamente, abierta u ocultamente, de todas las propiedades existentes en el territorio nacional. Pero, ello no les bastó.
En otro acto controlador, redujeron drásticamente todos los salarios y las pensiones de los cubanos, lo que produjo un éxodo masivo de profesionales de la Isla. Por último, en 1968, sobrevino la Ofensiva Revolucionaria donde se terminó con los restos de la actividad económica independiente, convirtiendo a todos los pobladores de la Isla en empleados (por llamarlos eufemísticamente) del gobierno.
Pero, los Castro no se limitaron a robar a los “capitalistas”.
La tercera gran ola de robos estuvo dirigida contra sus propios mentores.
Entre 1960 y 1963, el gobierno comunista de China intentó competir contra la influencia soviética en la Isla, dado, sobre todo por las abiertas preferencias de Ernesto “Che” Guevara hacia el maoísmo estalinismo “moral” de chinos y norcoreanos antes que el socialismo “economicista” con el que Nikita Jruchov estaba experimentando en la URSS. En este sentido, los chinos le regalaron decenas de millones de toneladas de arroz gratis a Castro. Este, simplemente, en vez de darle ese arroz a su hambriento pueblo, lo vendió descaradamente en el mercado mundial. Los chinos soportaron este robo hasta que Castro envió a su “preferido” “Che” al Congo en misión suicida y se expresó abiertamente pro soviético antes que maoísta. Entonces., sobrevino una ruptura que duró medio siglo.
No obstante, Castro no se limitó a robarle a los chinos.
Desde 1960 hasta su desintegración en enero de 1991, los soviéticos subsidiaron generosamente a Castro, llegando a regalarle hasta cinco mil millones de rublos anuales (con una paridad superior al dólar estadounidense de la época), sin contar con toda el incontable armamento y logística militar.
Primero, el subsidio fue a cambio de cantidades de azúcar que Castro nunca entregó. Más tarde, cuando Leonid Brezhnev redujo por hambre a Castro a convertir a Cuba en otra colonia soviética, integrándola al CAME, el dictador cubano robó todos los cuantiosos recursos que los soviéticos le ofrecieron para industrializar la Isla.
Durante la sovietización de Cuba, entre 1973 y 1976, se creó el Comité Estatal de Ayuda Económica. Este iba a ser el organismo cubano designado a contratar los colosales complejos industriales que la URSS había planeado en la Isla para que esta alcanzara su independencia económica del subsidio soviético, demasiado oneroso para el Kremlin. Sin embargo, Castro jamás pensó en instalar ninguno de ellos.
Poco a poco, a finales de los 70 y principios de los 80, accidentalmente en la prensa, comenzó a salir la verdad sobre el destino de todas esas inversiones e importaciones. Enormes maquinarias, cuantiosas cantidades de materia prima y estructuras industriales totalmente nuevas pero arruinadas por años a la intemperie comenzaron aparecer en los más disímiles lugares de la Isla. Castro jamás concluyó ninguno de los ambiciosos planes diseñados por los rusos y otros miembros del bloque comunista. Decenas de miles de hectáreas cubiertas por las ruinas de instalaciones industriales apenas comenzadas, millones de toneladas de materias primas desechadas y de tecnología arruinada. Castro, simplemente se robó los recursos y el financiamiento destinados a los planes soviéticos, sobre todo la parte en dólares que le entregaron para suplir en el mercado mundial aquello que no pudieran suministrarle los rusos. Y los utilizó sobre todo para sus aventuras políticas sobre todo en el extranjero. Los principales perjudicados no fueron solamente los rusos sino también los cubanos, quienes jamás vieron la mayoría de los suministros enviados por los aquellos.
Muchos barcos cubanos salían de los puertos soviéticos y, en vez de ir directamente a Cuba, se desviaban hacia los aliados de Castro. Vietnam, Corea del Norte, Angola, Mozambique, Chile, Nicaragua, Yemen y muchos otros recibieron buena parte de esos recursos a cambio de su fidelidad a Castro.
La cuarta gran ola de robos se dirigió contra los movimientos terroristas y gobiernos prohijados por los Castro.
Castro también extrajo no pocas ganancias de sus aliados “solidarios”. Por ejemplo, extrajo grandes cantidades de los recursos de Angola durante sus trece años de ocupación, traficando con diamantes, oro, marfil, animales exóticos y pieles, maderas preciosas y otros recursos. Lo mismo hizo con Argelia, Yemen, Mozambique, Chile, Nicaragua, Panamá y, ahora, con Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina.
Pero, si esto no fuera poco, Castro le robó, incluso, a los movimientos guerrilleros y terroristas promovidos y armados por él mismo.
Millones de dólares obtenidos del narcotráfico, secuestros, atracos y extorciones efectuados por movimientos guerrilleros de Nicaragua, Guatemala, Colombia, Venezuela, Perú y Uruguay se depositaron en Cuba para presuntamente resguardarlos en el paraíso terrorista. Sin embargo, Castro se negó sistemáticamente a devolver ese dinero cuando estos movimientos lo pidieron de vuelta, sobre todo al convertirse en partidos políticos legítimos.
La quinta ola de robo comenzó con el llamado “período especial” tras la caída del bloque comunista. Esta estuvo principalmente dirigida contra los inversionistas mayormente europeos que soñaron sacar pingües ganancias del pretendidamente mercado virgen de la Cuba pos soviética.
Desde que Castro, siempre un paso adelante de los acontecimientos, se olió que la URSS comenzaba a tambalearse, le abrió los brazos a la inversión extranjera, sobre todo en el campo turístico. Miles de inversionistas de toda Europa, Asia y América Latina corrieron a la Habana en busca de oportunidades de negocios. Castro obligó a la aplastante mayoría a hacer antesala durante años ante las oficinas del vicepresidente cubano Carlos Lage en espera de la ansiada respuesta a sus propuestas. Mientras tanto, se les obligó a gastar grandes sumas de dinero por sólo encontrarse en la Isla.
La inmensa mayoría de los inversionistas extranjeros fueron rechazados tras gastos enormes. Otros muchos hicieron inversiones que jamás fueron remuneradas y, mucho menos devueltas. Sólo fueron aceptados unos pocos empresarios por las grandes dádivas otorgados al gobierno y a sus funcionarios, y por ciertos papeles jugados en la política subversiva de Castro.
Desde los 90, Castro se embolsilló cientos de millones de dólares de miles de ingenuos inversionistas, muchos incluso de afiliación izquierdista.
Además de robar las inversiones, cuyos costos han sido particularmente onerosos, Castro cobra además grandes salarios por los empleados cubanos de todas esas corporaciones, dejándoles sólo entre un 2% y un 3% a los empleados cubanos.
Por ejemplo, la Sherritt canadiense pagaba al gobierno un promedio de USD$800 por cada trabajador cubano en la planta de níquel de Moa, mientras que el gobierno les dejaba apenas unos USD$30. Bajo este mismo concepto, Castro vació todos los hospitales y campos deportivos, exportando médicos, maestros y deportistas (amén de militares y agentes de la inteligencia) a todas partes del mundo, sobre todo a los países gobernando por sus aliados, como Venezuela, Bolivia y Nicaragua. De todos ellos devengó enormes salarios, dejándole migajas a sus súbditos, algunos de los cuales aprovecharon para escapar de su esclavitud.
Todo ello sin contar con el robo del más del 20% de las remesas que los cubanos exiliados envían a sus familiares a Cuba. Tampoco contamos, por falta de datos, el robo a los contribuyentes americanos que le permitieron a Castro los gobiernos de Clinton y de George W. Bush con la compra en Estados Unidos a precios risibles productos agrícolas subsidiados.
Faltan muchísimos más ejemplos de la predilección castrista por el robo antes que por impulsar el desarrollo económico de la Isla. De hecho, a medida que han crecido la política de despojo, la economía cubana se ha vuelto más estéril.
La Isla de Cuba, una economía siempre creciente por casi cuatro siglos, gradualmente se ha transformado en uno de los países menos productivos del mundo sin discusión.
Cuba fue el primer productor mundial de azúcar de caña por más de siglo y medio, además de tabaco, café, frutas, ganado, maderas preciosas, pescado y ciertos minerales, además de ciertos productos industriales y el turismo. Desde el mismo comienzo del régimen castrista, la política de economía centralizada ha provocado el colapso gradual de todos los renglones productivos del país hasta hoy día en que la Isla no produce absolutamente nada. Y, cuando digo nada, es nada. Y todo no sólo por la incapacidad económica del régimen, sino, sobre todo por su filosofía de vivir del despojo ajeno.
Ya antes del anuncio por el presidente Obama del restablecimiento de relaciones con el gobierno cubano, muchos empresarios norteamericanos y cubano americanos estaban haciendo gestiones ante ambos gobiernos para invertir en Cuba.
Desde el anuncio de Obama sobre el restablecimiento de relaciones con Cuba, y, ahora, tras su visita, un gran sector de empresarios de esta orilla del Estrecho de la Florida está en estado de euforia ante la perspectiva de que se levante finalmente el embargo o, al menos, se autorice ciertas relaciones mercantiles con la Isla.
Después de tantos ejemplos y experiencias sobre la persistencia de la política de despojo del gobierno cubano, algo esencial al mismo, ¿cómo es posible que aún haya alguien que se empeñe en invertir en la Cuba de los Castro?
Muchos repiten hasta el cansancio de que a ambos Castro les queda poco tiempo de vida, que Raúl prometió abandonar el gobierno dentro de dos años (¿tendrán los Castro credibilidad alguna?), que las condiciones actuales no son las mismas, que a los tiranos no les queda más remedio que aceptar un cambio debido a que la economía está a punto de colapsar y que, a sus puntales, como Maduro en Venezuela, les queda poco en el poder.
Siento decirles a los optimistas que los Castro son los artistas del escape. Houdini jamás podría comparárseles.
En el 60, cuando comenzó el diferendo con EE.UU., todos dijeron que les quedaba semanas. En el 70, cuando la URSS les retiró el subsidio, pareció tambalear, pero persistió, engañando una vez más a los rusos. En los 90, con la desintegración del bloque comunista, su caída era irremisible. Pero los Castro han sobrevivido veinticinco años más.
Dada la catarata de hechos incontrovertibles e iterativos, es posible asegurar sin margen de error que todas las inversiones que vayan a Cuba bajo los Castro y sus sucesores están indefectiblemente condenadas a ser estafadas, robadas. ¿Cuántos ejemplos más necesitan los optimistas?
No puedo decir cuál es el móvil de la política de Obama hacia Cuba. La política norteamericana es una cosa y la cubana otra muy distinta, a menos que se desee la anexión de la Isla como el estado 51 de la Unión.
Lo que sí puedo asegurar es que la política de la actual administración norteamericana hacia la Isla le está ofreciendo a los Castro la oportunidad de cometer una nueva ola de robos a gran escala, esta vez a empresarios americanos y cubano americanos, amén de interponerse una vez más a cualquier posibilidad de cambio o desarrollo en Cuba. ¿Esto hace cómplice a Obama?
L.Q.Q.D.

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