Friday, August 14, 2015

EL ARQUITECTO DEL EMBARGO AMERICANO


El embargo norteamericano no fue una “acción” de la estrategia política de Washington. Todo lo contrario, fue el resultado de una cadena de acciones muy bien planeadas por el régimen castrista para provocar la reacción norteamericana.
Todo estaba planificado desde mediados de 1958.

En abril de 1958, los fracasos consuetudinarios de los competidores de Castro en el liderazgo de la lucha contra el gobierno de facto de Fulgencio Batista dejaron a Fidel Castro como líder “indiscutible” de la insurrección contra el régimen de Batista. El asalto al Palacio Presidencial en marzo de 1957 –con el consiguiente asesinato de Humboldt 7- del Directorio Estudiantil Revolucionario, el trágico final de la expedición del yate Corinthia del partido Auténtico en mayo de ese año, y la fallida huelga de abril de 1958 dirigida por el movimiento 26 de julio –con el subsiguiente descabezamiento de este movimiento con las oscuras muertes de los hermanos País y de René Ramos Latour- dejaron a Castro como único caudillo antibatistiano.

Con antelación, a pocos meses de su arribo a la Sierra Maestra en diciembre de 1956, ya la prensa americana (sobre todo el New York Times y la cadena televisiva CBS) se habían empeñado en crearle a Castro una imagen de Robin Hood caribeño, lo que apuntaló su posición mediática internacional.

Tan pronto como Castro accedió al liderazgo supremo de la insurrección antibatistiana, los comunistas se acercaron a él.

Hasta ahora, el Partido Socialista Popular (miembro del COMINTERN soviético) se había declarado como “enemigos” de Castro, sobre todo porque los comunistas habían apoyado a Batista desde 1933. Y lo siguieron apoyando secretamente a pesar de que el “General” había fundado el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC) al dar el golpe de estado de 1952 para congraciarse con los americanos tras haber desmantelado el proceso y las instituciones democráticas en Cuba.

Con antelación, Fidel Castro se había mostrado siempre muy cauteloso en sus relaciones con los comunistas. Quizá, sospechosamente demasiado cauteloso. En general, una buena parte del establishment político cubano a partir de la llamada revolución del 33 era o había sido comunista, a saber, Masferrer, Mujal, Grau, Batista y muchos otros.

Castro, desde que era estudiante en la década de los 40, coqueteó con los partidos gansteriles surgidos en épocas de Grau, todos de tendencia izquierdista. Sin embargo, jamás se declaró como comunista, a pesar de que uno de sus más íntimos colaboradores –demasiado íntimo- y quien le ayudó en todo el camino de su ascenso, era un connotado comunista. Me refiero al misterioso Alfredo Guevara. Por otra parte, es evidente que, desde el principio, Fidel animó a su hermanito menor, Raúl,  –a quien siempre prohijó quizá por el rechazo que sufrió este de su padre, Ángel, debido su dudosa paternidad sobre el mismo- a afiliarse a la juventud comunista para dejar una puerta trasera abierta a Moscú. De hecho, el llamado Segundo Frente Oriental, comandado por Raúl en el traspatio de la finca paterna, bien lejos de los tiros durante la guerra insurreccional, se convirtió en el vertedero de los comunistas, rechazados por los combatientes del Ejército Rebelde y el movimiento del 26 de Julio. A través de esta “puerta trasera” de la que servía de portero Raúl Castro, fue que llegó el embajador del Partido Socialista Popular, Carlos Rafael Rodríguez, para entrevistarse con Fidel Castro en julio de 1958, cuando ya este quedó como líder supremo de la lucha contra Batista.

Carlos Rafael Rodríguez estuvo varios días en la comandancia de La Plata, tras los cuales, regresó a La Habana. Apresuradamente, los máximos dirigentes del PSP, Juan Marinello y Blas Roca, volaron a Moscú. A su regreso, Carlos Rafael Rodríguez desanduvo todo el camino a la Sierra Maestra para sentarse a la siniestra del Comandante en Jefe el resto de la lucha insurreccional y permanecer ahí hasta su muerte en la década de los 90, poco después de la desintegración de la URSS.

Pocos meses después del regreso de Blas Roca y Marinello de Moscú, en diciembre de 1958, otro siniestro personaje llega a Ciudad de México para “observar de cerca” los acontecimientos de Cuba. Su nombre era Alexei Alexeiev, connotado agente de la KGB soviética. Tan pronto como Castro llegó triunfante a La Habana en enero de 1959, el agente moscovita comenzó a solicitar la visa para visitar la Habana, pero esta le fue negada por el gobierno provisional de Miró Cardona y sólo pudo obtenerlo en octubre de 1959. Precisamente, hasta ese momento, el entonces jefe del Ejército Rebelde, Camilo Cienfuegos, se había negado a que los comunistas ingresaran en sus filas. Pero, a partir del 20 de octubre de 1959 ocurre una cadena de hechos que conducirán a la alianza abierta entre el Kremlin y la pandilla castrista.

El 20 de octubre de 1959, Alexei Alexeiev finalmente recibe la visa para viajar a Cuba, a la cual viene bajo el disfraz de “reportero” de la agencia de noticias moscovita TAS. Ese mismo día, Alexeiev se entrevistará en el entonces puesto de mando del gobierno secreto de Fidel Castro en el hotel Havana Hilton.

Desde enero de 1959, Castro había creado un gabinete secreto, independiente al de los gabinetes de los presidentes Urrutia y Dorticós -sucesor de Urrutia tras el golpe de estado también secreto de julio de 1959-, compuesto por una combinación de la dirigencia del PSP y los íntimos de Fidel Castro, a saber, Alfredo Guevara, Ernesto Guevara, Raúl Castro, Celia Sánchez y otros.

Ya desde junio de 1959, las leyes de reforma agraria y urbana habían provocado un gran cisma en la población de Cuba y cierta desazón en el gobierno de Eisenhower. Estalla una guerra civil en la Isla, con conspiraciones y atentados en las ciudades, alzados en las montañas y ataques aéreos y marítimos de exiliados contra objetivos industriales y militares. El gobierno americano prohibirá toda ayuda o ventas de equipo militar a Cuba para sofocar la insurrección interna.

Sin embargo, ya Castro lo tenía todo asegurado.

Aquel 20 de octubre de 1959, Alexeiev se reunió con los más altos representantes del gobierno secreto de Fidel Castro. “Coincidentemente”, Anastas Mikoyán, Presidente del Presidium del Soviet Supremo de la URSS, se hallaba en tránsito de New York a Ciudad México para llevar la famosa exposición soviética para propagandizar los “avances” de la política de modernización de Nikita Jruchov en la URSS.

En aquella misteriosa reunión con Alexeiev, Castro le hace un pedido imposible: quiere una reunión urgente y secreta con Mikoyán. Ello era totalmente impensable para Alexeiev, un oficial de rango medio sin conexiones con el inaccesible Kremlin. Alexeiev se lo explicó a Castro, aunque le prometió “informar a sus superiores”. Sin embargo, ya había “algo” en esa agenda misteriosa de los grandes poderes y, según la leyenda (no he podido confirmarlo) Castro se logró  reunir con Mikoyán en medio del mar en el yate de Ernst Hemingway. Acto seguido, Mikoyán desvió el rumbo de la exposición hacia La Habana, a la cual llegó en febrero de 1960. Pero, antes, en octubre de 1959 ocurrieron otros hechos muy sugerentes.

Tras la reunión con Alxeiev, Castro inmediatamente sustituyó el ministro de defensa Augusto R. Martínez Sánchez, por su hermanito, Raúl Castro, dándole acceso a los comunistas al Ejército Rebelde. Ello provocará la reacción de varios altos mandos del Ejército como Huber Matos y otros quienes renunciarán en protesta. El jefe del Ejército Rebelde, Camilo Cienfuegos, viajará a Camagüey y a Santiago de Cuba para arrestar a los disidentes y poner orden. Pero, a su regreso, “desaparece” misteriosamente, lo que le permite a Fidel Castro hacer otra jugada sucia y sin precedentes. Pone a Raúl Castro simultáneamente como ministros de defensa (un cargo del gobierno civil) y como jefe del ejército (el más alto cargo militar, después del Comandante en Jefe), inundando este con comunistas, muchos de los cuales se transformarán en “comisarios políticos” que aseguren la lealtad ideológica de los militares al régimen, condición sine qua non de los soviéticos para entregarle ayuda militar.

Asegurada la retaguardia en medio de la guerra civil, Castro recibirá en febrero de 1960 la dichosa exposición comercial de la URSS, para encandilarles los ojos a los cubanos sobre los “avances” del comunismo soviético. Al frente de la misma, vendrá el mismo Anastas Mikoyán, a quien Castro le dará un recorrido por la Isla y quien le asegurará a este la ayuda militar necesaria.

Pocos días después de la visita de Mikoyán, explotó el vapor belga La Coubre en los muelles habaneros con uno de los últimos cargamentos de armas que Batista había comprado en Bélgica a raíz de la suspensión de la ayuda americana a finales de 1958. Hubo cientos de muertos y heridos, y millones en pérdidas. La explosión estremeció toda la capital cubana y el hongo de humo se pudo ver en decenas de millas a la redonda. Hasta hoy día se desconoce las causas de la explosión. Castro aprovechará por primera vez el dramático sepelio masivo de las víctimas (teatro al que recurrirá una y otra vez durante su longevo gobierno) para acusar al gobierno americano y a la CIA. “Casualmente”, testigos del “atentado” será Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, los más destacados intelectuales de la época, quienes estaban de visita en Cuba para conocer de cerca el extraordinario fenómeno de la revolución social de la cual habían especulado tanto en la metatranca de sus desvelos.

El escenario estaba montado. Castro acordó con Mikoyán intercambiar azúcar por petróleo sin que mediara ninguna amenaza americana de recortar la cuota del crudo. En pocos meses llegó el primer tanquero ruso con crudo soviético y las refinerías de propiedad norteamericana e inglesas se negaron a refinarlo. Castro, aprovecha la amenaza de crisis energética para confiscar, primero, las refinerías de petróleo en junio de 1960, y el resto de las propiedades americanas entre julio y septiembre de ese año.

En septiembre de 1960, Castro emitirá la Primera Declaración de la Habana como respuesta a las sanciones americanas, dándole un carácter ideológico al diferendo con los americanos. Con esta excusa, volará a Asamblea General de la ONU, en New York para exponer su “alegato” antiamericano con nada menos que el mismísimo Nikita Jruchov en el auditorio, quien romperá todo protocolo, golpeando con un zapato en la mesa para apoyar las palabras de Castro. El abrazo histórico de Nikita y Fidel tras su discurso en la ONU selló el destino de la Isla como portaviones soviético.

En pocas semanas, el gobierno norteamericano irá recrudeciendo sus medidas económicas contra el régimen de Castro hasta convertirlo en un embargo total de todas las operaciones comerciales y financieras hasta el rompimiento de relaciones diplomáticas en marzo de 1961.

Es una falacia decir que el embargo norteamericano condujo a Castro a los brazos de Moscú porque fue todo lo contrario. Castro provocó todas las reacciones del gobierno americano, no sólo hasta el rompimiento total, sino hasta llevar al mundo al mismo borde de la guerra nuclear en octubre de 1962.

Barak Obama no ha sido el único presidente en intentar el restablecimiento de relaciones. Otros presidentes lo intentaros como Kennedy, Ford, Carter y Clinton. Sin embargo, Castro escogió el momento más adecuado para hacerlo.

Es posible estar de acuerdo en la opinión de que, en más de medio siglo, el embargo no ha servido para nada para conseguir el derrocamiento del mismo. El embargo es el resultado de un plan macabro del propio Castro para sus oscuros propósitos.

Sin embargo, considero que este es el peor momento para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU., y el levantamiento del embargo. No se me entienda mal. Siempre pensé que el levantamiento del embargo norteamericano al gobierno de Fidel Castro despojaría a este de una de sus armas más poderosas. Pero, hoy día, el levantamiento de restricciones sería la mejor ayuda para evitar el colapso económico del régimen en momentos en que su principal sostén, el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, se halla en las más serias dificultades económicas, sociales y, claro, políticas.

El gobierno de Fidel Castro ha existido sobre la base exclusiva de subsidios. Desde 1960 hasta 1990, la URSS lo sostuvo hasta su último aliento.

A partir de la caída del bloque comunista, colapsó el estado protector y la población se sumió en la más completa desvalidez. No obstante, Castro utilizó su prestigio internacional para atraer capitales y turistas europeos de izquierdas, a los cuales esquilmó y exprimió sin misericordia hasta que logró poner a Hugo Chávez en el poder de Venezuela. Desde entonces, con el contubernio del gobierno de Bill Clinton, quien, hipócritamente, por una parte, convirtió el embargo en la ley Helms-Burton, por otra, lo suavizó como nadie, Castro pudo gastar en USA el dinero robado a inversionistas europeos y al pueblo de Venezuela, amén del de los muchos negocios que Castro tiene en los propios EE.UU., cuyas ganancias recibe, camufladas de “remesas” de exiliados.

Hoy día, cuando la Cuba de Castro no produce ni un grano de azúcar ni café, ni cítricos, ni petróleo, ni níquel, ni tela de arañas, y cuando carece de ninguna fuente de subsidio y está con el agua llegándole a las fosas nasales, es entonces que el gobierno americano le tiende la mano generosa para sacarlo del naufragio total.

En un artículo anterior, aseguré que el restablecimiento de relaciones era el resultado de la muerte de Fidel Castro, pues esta jamás permitiría en vida algo que negaba la pretendida vocación de toda su existencia. Reconozco que me equivoqué. El tirano es mucho más pragmático y tiene menos principios de lo que me imaginaba. Es como si Fidel Castro tuviera una bola mágica y estuviera siempre un paso delante de todos, en una posición de win-win. Una vez más, el decrépito sátrapa nos restriega en la cara que ha ganado y, los que nos oponemos a él, seguimos en el bando de los perdedores.

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